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Trabajarse al turista

En la inauguración del restaurante Sucede (el de los lienzos de muralla islámica) me encontré con Emiliano García, hostelero de profesión, dueño de Bodega Montaña, la taberna más chic de la Costa Este. Ahora ha abierto, con Olga Hucasz, unos apartamentos turísticos „Barracart„ también en el Cabanyal (madera natural, domótico, gama alta, modernidad). Emiliano despotricaba porque aún no había conseguido la acometida eléctrica definitiva „funcionaba con luz de obra„ ni el ADSL. Le vuelvo a llamar y le noto eufórico: «Hoy me ponen la luz y mañana el wi fi». «Entonces, asunto arreglado», le digo. «Pero que no se te olvide decir „añade„ que soporté una espera desesperante».

No se me olvida. La verdad es que ser turista en Valencia con la cartera bien o regularmente arreglada, es un chollo. El verano dura dos meses más que hace treinta años (lo sé sin consultar al primo de Rajoy), Ciutat Vella tiene lavada la cara y las carteleras de teatro, ópera, exposiciones y jolgorio está muy reactivada. Yo veo el progreso casi siempre ligado a una forma de ampliación de la libertad; ojalá lo hubieran entendido así Podemos y Ciudadanos, los emergentes, y la parte aprovechable del PSOE. La izquierda tiene fama de dirigista, pero cuando el Pleistoceno del PP, que duró varios milenios y que puede alargarse unos cuantos más, glubs, no hubo gente que metiera más las narices en promotoras, ferias y eventos: por recortar el cupón, claro, por simple afición a entrometerse o por dejar claro quién manda aquí.

Si a esto se le suma la concepción del funcionariado como reparto de los despojos menores y la losa de los indecentes monopolios de la energía „esos que estaban entusiasmados con los paneles solares cuando había subvenciones y ahora tienen menos potencia instalada en todo el país que la ciudad de Bruselas„, con todo eso, digo, vamos arreglados. El lujo, contra lo que piensan los puretas, tiene una función social: si hay respeto y se pagan impuestos. Aunque no seas como aquel escritor cubano del que decía Umbral: «Nunca conocí a un comunista más enamorado del lujo».

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