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Ciudad mutante

Si pasaste muchos años lejos de Ciutat Vella, Valencia, en su ombligo, te parecerá una ciudad distinta. Mucho antes, se inició el desplazamiento del comercio tradicional por las franquicias y otros negocios aperreados y tristes. Los vendedores del Mercado Central se revelan porque no necesitan que se ensalce su simpatía, sino mantener las ventas. No quieren más cámaras japonesas o un acto de afirmación costumbrista en la Plaza del Ayuntamiento, sino que el comprador pueda cargar las cajas en su coche directamente de la pescadería. Pero nada cambia tanto la fisonomía de la ciudad como el turismo. Y la mezcla racial y formal.

No es ese turismo de italianos en manada de los ochenta (sin chicas) o de cursos de español de verano para universitarias del Middle West, sino un flujo permanente, de toda clase y condición, transversal, interclasista. A cualquier hora hay un jubilado inglés que extiende su plano junto a la Lonja, como si fuera Baden Powell o Lawrence de Arabia. En las terrazas se chamulla de todo y la calle Serranos se ha especializado en vinos indígenas. Entre La Nau y Xerea hay tres restaurantes árabes y cuando un local no tiene la vocación clara, se disfraza de italiano, que sale barato.

No llega a ser Barcelona, pero es mucho más que un goteo. Un concejal socialista de Barcelona se atrevió a decir que la Sagrada Familia (siempre llena de extranjeros mesurados que sienten fascinación por la desmesura) es «una mona de Pascua gigante», pero la idea la tomó de Albert Boadella. Ser español es mantener una unión hipostática con la terraza y la barra. Pasa un grupo de americanas acompañadas por los galanes locales. Uno es un pesado que ataca, magrea e intenta un morreo que la pretendida elude como puede, pero el garañón continuará hasta encontrar alivio. También veo niños chinos en un todo a cien de fertilidad, saharauis, bebés de mamás viejas, un adolescente con el fino esqueleto y el casco de pelo crespo de los etíopes y un señor en la cincuentena que lleva pantalones blancos, con más bolsillos que un lampistero, y una camisa morada con estampados. Cambios.

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