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El fracaso de los emergentes

A primera vista, el mes de octubre no debería constituir un gran momento para el bipartidismo. El PSOE se hunde en un enfrentamiento cainita cuya conclusión momentánea parece ser el combo de golpe de Estado chapucero y abstención para propiciar que continúe gobernando el PP. Esta decisión, que posiblemente se adopte en el próximo Comité Federal, es defendida por los partidarios de la abstención con argumentos cada día más estridentes, como el que dice que nada mejor para defender de las políticas predatorias del PP los derechos y libertades sociales que darle el gobierno... al PP.

Por su parte, el Partido Popular tampoco tiene mucho por lo que alegrarse, en un mes en el que su siempre nutrida agenda judicial parece llegar a un punto culminante. La estelar actuación del líder de la trama Gürtel, Francisco Correa, ante el juez, además de una máquina de confeccionar titulares de prensa, pone el foco sobre una posible realidad: la de un partido, el PP, que en la época de Aznar trabajaba codo con codo con algunos empresarios... para obtener mordidas de concesiones y obras públicas. Y lo haría desde el Gobierno español, no sólo desde una oficina de «cuatro sinvergüenzas», preferentemente valencianos, como se defendió durante años contra toda evidencia.

Este escenario debería considerarse un sueño para los dos partidos emergentes surgidos desde 2014, al calor, precisamente, de la crisis del sistema bipartidista. Pero da la sensación de que, igual que PP y PSOE son incapaces de salir de los problemas que les abocaron a perder la confianza de una parte del electorado, Podemos y Ciudadanos también son incapaces de hacerse acreedores de dicha confianza en grado suficiente.

Ciudadanos, porque en sólo un año ha mostrado con claridad su condición de partido bisagra, capaz de pactar indistintamente con PP y PSOE, y de hacerlo a cambio de casi nada. El fervor regeneracionista proclamado por este partido se combina mal con las ocasiones en las que, a la hora de la verdad, Ciudadanos podía ser decisivo: apoyo al PSOE en Andalucía (gobernando desde 1982, o desde 1978 si contamos la etapa preautonómica, también liderada por el PSOE), sin que el caso de los ERE les hiciera dudar demasiado al respecto. Apoyo al PP en la Comunidad de Madrid, donde este partido gobierna desde 1995, con un tamayazo incluido en 2003, cuando la aritmérica, por una vez, no dio de sí. Parece un regeneracionismo harto peculiar.

Y Podemos, porque se está mostrando, cada vez más claramente, como un proyecto electoral, mucho más que político: una organización pensada para aprovechar el momentum propicio, de crisis del bipartidismo, y por ello oportunista y cortoplacista. Un partido que, a la hora de la verdad, primó su táctica electoral por encima de su supuesto objetivo primordial (expulsar al PP del poder) y, así, no hizo en el Congreso de los Diputados lo que sí hizo en una serie de parlamentos autonómicos y ayuntamientos: no intentó sumar una mayoría alternativa, sino que más bien ejerció su tacticismo para zafarse. Por supuesto, lo hizo con la inestimable ayuda del propio PSOE, que se sacó de la manga un aberrante pacto con Ciudadanos para intentar que Podemos pasase por el aro como convidado de piedra... lo que, a su vez, le dio a Podemos una excusa inmejorable para no hacerlo.

Meses después, aquí estamos. Con el PSOE en crisis, pero como segundo partido, y el PP impávido ante los múltiples escándalos de corrupción, presto a seguir gobernando como si aquí nada hubiese pasado. Ambos, a la espera de que la eclosión de los partidos emergentes sea una mera tormenta de verano, y Podemos y Ciudadanos acaben siendo reabsorbidos en la casa común del bipartidismo. Algo que parece muy probable en lo que concierne a Ciudadanos, y si lo es menos en lo que se refiere a Podemos no es tanto por la pericia táctica (y no digamos estratégica) de sus líderes, sino por las deficiencias del partido al que aspiran a suceder, el PSOE de Susana Díaz y su «abstención crítica», tan crítica que la presentan como si fuera un no, aunque el efecto será como si fuera un sí.

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