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Los mil y un 'Correas'

Más que sensacionales revelaciones sobre la corrupción política de la que él presuntamente se beneficiaba (que no son tantas como se esperaba ni tan novedosas), a la gente le asombra el cuajo y la altanería que exhibe Francisco Correa en sus declaraciones ante un tribunal que podría condenarlo a 125 años de cárcel, si se aceptan las primeras conclusiones de la Fiscalía y acusaciones particulares. Hay pocas diferencias, fuera de algunas canas más, entre el Francisco Correa que cruzaba de chaqué por el patio de El Escorial durante la boda de la hija de Aznar, y este que camina hacia la sede judicial en la nave de un polígono de una zona industrial madrileña.

Han pasado 14 años desde aquel acontecimiento social del que por cierto una empresa de Correa, Special Events, pagó la factura (34.892 euros) de la iluminación, murales de señalización, y una cuadrilla de "aparcacoches de buena presencia" que atendieron a los numerosos invitados de la fiesta que siguió a la ceremonia religiosa. Han pasado, pues, 14 años de aquel momento de gloria del aznarato, pero el porte de Correa, tras 48 meses en prisión provisional, no ha decaído mucho. La misma nariz impertinente, la misma melena de pijo adornando el cogote, el mismo paso elástico, y la misma fachenda para enfrentarse a las cámaras sabiéndose objeto de la curiosidad general.

Los tiempos, en cambio, ya no son los mismos ni tan prósperos. Su jefe político de entonces, aquel que le hacía sentirse en la sede de Génova como si fuese en su propia casa, ya no manda en España ni en el PP; el bipartidismo que daba estabilidad al sistema se ha resquebrajado (aunque trabajamos intensamente en repararlo); el Rey Juan Carlos tuvo que renunciar a la corona en favor de su hijo Felipe, cuando todo el mundo esperaba que muriese en la cama como Franco; y los jueces tienen trabajo abundante para esclarecer una pequeña parte de las múltiples corrupciones políticas que parasitaron al país, incluidas en la lista las que corresponden a los gobiernos de González. Muchas de ellas habrán prescrito y otras permanecerán ocultas por falta de medios (y de ganas) de ponerlas al descubierto. En ese aspecto, tiene razón el supuesto cabecilla de la Gürtel, hay otros muchos Correas en España, pero buena parte de ellos viven en la confortabilidad del anonimato contando los billetes de las mordidas, como supimos que hacía, gracias a unas grabaciones, aquel dirigente del PP valenciano.

Al margen de la habilidad táctica de Correa y de su abogado para situar el eje de sus negocios en la etapa de Aznar dejando fuera (por ahora) a Rajoy y a su equipo de máxima confianza (no vale lo mismo un Rajoy en el gobierno que en la oposición) sus declaraciones son un compendio de mercantilismo político. Por ejemplo, esta reflexión: "Si el alcalde es amigo mío tengo más probabilidades de que me dé el negocio". O esta otra dirigida al tribunal que lo juzga: "Las relaciones comerciales son relaciones humanas. ¿Saben quién es la adjudicataria del AVE a la

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