Ayer la actual España de las autonomías recibió un golpe poco menos que letal y contra el pronóstico de muchos, no vino desde la derecha reaccionaria y centralista, sino desde Cataluña. El portavoz de ERC en el Congreso, Joan Tardá, anunció que su govern no participará en la negociación del nuevo sistema de financiación autonómica, ya que el único sistema con el que quiere contar para financiarse es la agencia tributaria de la república catalana. Todo ello coincidiendo en el día en que el Consell va a mandar a las Corts un optimista anteproyecto de presupuestos de 2017 basados en la explícita afirmación de que su ejecución va a depender de un nuevo modelo en cuya discusión Cataluña no estará. Esta es una variable que el presidente Puig no puede soslayar. Sin querer puede vender humo camino de un posible soberanismo valenciano.
Tras años de debate sobre financiación, ayer vivimos, en menos de 24 horas, la frustración de albergar una cierta esperanza al saber del anuncio de una Conferencia de Presidentes en el Senado a vivir la ruptura de toda posibilidad de un «diagnóstico compartido sobre el modelo y la suficiencia financiera para articular los principios de solidaridad y cooperación entre las CC AA». Sin la presencia del presidente catalán en la conferencia nada va a tener sentido. Cataluña es demasiado importante para cualquier decisión financiera del Estado. Ya no será cuestión de discutir ni del reparto vertical (Estado vs. CC AA) ni del horizontal (entre las CC AA) sino definir entre quienes repartir y en decidir quien se hará cargo de las deudas de las distintas autonomías. El primer episodio del choque de trenes entre Estado y Cataluña puede darse en los huesos de la Generalitat.
Sin Cataluña la propuesta de Rajoy es hueca. La posibilidad de la igualdad entre los españoles, que preserve la prestación de los servicios públicos, puede irse por el sumidero de las esperanzas de la historia. Con el episodio vivido ayer el debate sobre el soberanismo en Valencia puede haber dado un nuevo paso.
