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La ley de la calle

Durante estas últimas semanas, el foco mediático ha aglutinado el tema de estado por excelencia centrándose en el desbloqueo político del país. Una vez despejada la equis, sin deparar demasiadas sorpresas, en el PSOE siguen dándose a diestro y siniestro para demostrar quién ha sido el menos malo de todos, continúa el debate sobre la popularidad de Rufián, en Podemos discuten sobre si el saludo debiera de ser la uve con dos dedos o el puño en alto, Rivera sigue obsesionado con la figura de Suárez y Rajoy sigue tomándose su tiempo para desvelar cuál será su gabinete de gobierno. Ajenos a todo esto, y en ese pequeño pero tan importante espacio que supone el entorno rural, se libran otros intereses que nada tienen que ver con estos grandes temas, con soluciones que no afectarán ni mucho menos colateralmente al bolsillo de nadie. Son de esos que no van a influir en el cambio de rumbo económico de un país. Pero que son muy nuestros.

Cuando observo a nuestros mayores me asalta la duda de si seremos capaces de mantener parte de sus tradiciones. Esas que nos han hecho tan especiales y tan distintos. Me pregunto si estaremos a la altura. Y me preocupa la respuesta. Desde niño me ha llamado la atención la costumbre de sacar la silla a la acera para tomar el fresco. Es sano y gratis. Hoy me encanta seguir viéndolo, y me alegra saber que a pesar del paso de los años, es algo que se mantiene

Pienso en los guiris que masifican el centro de Valencia, que debieran ver esto antes que comer paella congelada procedente de cualquier empresa no autóctona experta en destrozar platos únicos. Puede que así nos entendieran mejor. Una tradición que si nadie lo remedia cesará cuando esta generación que todavía hace uso se extinga. El presagio es claro. Los que tomen el relevo estarán más pendientes de su móvil, de los tuits, de lo que se ha dicho en tal o cuál red social, de hacerse un selfie cada diez minutos o de preocuparse para que todos sepan lo bien que le ha salido el arroz al horno. En Cullera, el Ayuntamiento ha tenido que mediar ante el conflicto y las quejas de peatones que exigían que se aplicara la lógica. Que la acera es de todos y es pública no lo discute nadie. Que no es una extensión de la vivienda en sí misma que la precede, también es cierto. La modificación de esta ordenanza acaba dando prioridad y la razón a la costumbre citándola como «tradición histórica» por delante los viandantes. Los vecinos que alegan no poder pasar correctamente o sentirse entorpecidos por estas personas tendrán que sortear el escollo sí o sí. Pero no tendrán derecho sobre este hecho tan práctico. Hay leyes y conductas que están en el aire, que no se escriben ni se publican en boletines oficiales pero que están ahí, rondando sobre nosotros y que no ofrecen disyuntiva. Son esas normas de la calle que nada ni nadie podrá cambiar. A ver quién es el guapo que por imperativo legal (vuelve a estar de moda) se atreve a decirle a un par de mayores que se aparten de su camino. Después de tantas décadas y décadas de tradición. A estas alturas. Mientras en el cogreso se discute airadamente sobre los métodos de la oratoria y las traiciones, en Cullera se discute y se reivindica una tradición tan nuestra como la de tomar el fresco en la puerta de casa. Vista la escenificación y el guión premeditado de nuestros políticos, sea más sano centrarse en estas pequeñas cosas, que son muy grandes en sí mismas.

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