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Rufián,Baldoví, la Punset y la fallera perfecta

Aquí vivimos rápido, consumimos como zapeamos, somos esclavos de la banalidad y el gesto. Quizás por algo será que nuestro prime time es más corto que el resto de Occidente o que toda una vicepresidenta del Consell ha de pronunciarse sobre la longitud de la falda de las falleras cuando van de paisano. Los estudiosos del lenguaje aseguran que atenderemos cada vez más a la anécdota y al gesto con el tiempo para adaptarnos a la inmediatez de las dinámicas de la comunicación. El Papa Francisco es un gesto en sí mismo, Churchill acuñó la «V», Zapatero la ceja, Iglesias una coleta y Oltra una camiseta. En política vemos cada vez más gestos y menos discurso. ¿Para qué perder tiempo construyendo argumentos razonables si una acción es más fácil, barata y eficaz? Esta semana los partidos de la izquierda parlamentaria española han desafiado al Jefe del Estado con un gesto tan significativo como procaz: negarle el saludo.

«Baldo». Hace siete días un servidor destacaba por moderado el discurso de Joan Baldoví. Hoy la realidad -apenas cambiante, cosa que nos obliga a observarla cada día desde un prisma distinto- nos quita la razón. El portavoz de la minoría valenciana en el Congreso se alineó con los Rufián, Bildus y los defensores de Zapata ­-el del tuit sobre Irene Villa y las niñas de Alcàsser-. Se sumó al desplante al Rey, la algarada y la negación del orden constitucional. Ni el más ultramontano del equipo de Trump dejaría de acudir al traspaso de poderes en la Casa Blanca.

Estrategia. La solemne apertura de la XII legislatura que tuvo lugar el jueves fue el escenario ideal para que la izquierda nueva volviera a ensayar su juego preferido: señalar a la izquierda otoñal del PSOE, abrir brecha y distancia, respecto al representante natural todavía del republicanismo que asimila la Constitución y la hace suya. Compromís y sus diputados han jugado el papel del flanco radical del tripartito valenciano en un reparto de poderes estratégico que se han distribuido Oltra y Ximo Puig. Oltra es vicepresidenta de un Consell que cada año fomenta, por ejemplo, los Premios Jaime I -entregados por la Familia Real- y al tiempo su partido apostata del monarca. Seguramente la bisagra ideológica que se han montado el president y la vice lo aguanta todo. Hoy el insulto a sus majestades. Mañana la genuflexión.

Vigilancia radical. La gestualidad, en política, opera a favor o menoscabo dependiendo de las expectativas creadas: que Podemos dimita del besamanos no extraña a nadie mientras que lo de Baldoví chirría en lo personal -suecano moderado- y no deja de convertirse en un gesto con la boca pequeña para la galería. Luego están las poses territoriales. Podemos, cada vez más desmesurado en la política nacional, gestiona con discreción su gestualidad en Valencia: asistimos al despliegue muy medido del podemista Montiel en un marcaje al Consell del Botànic. En cada gesto parece llevar a Puig a las cuerdas parlamentarias del ring para absolver finalmente a la mayoría tripartita, no sin pullas y advertencias. En este sentido debe estar Manolo Mata pensando que algún ratón le está usurpando el queso de la conciencia crítica que desde siempre ha ejercido Izquierda Socialista. Montiel, sin embargo y a su vez, es víctima de los críticos esencialistas -que los tiene- de su organización. Tienen querencia de calle y temor de ser engullidos por las instituciones.

Rita. En el territorio de la pose cabe encuadrar la presencia de la alcaldesa Barberá -la condición no se pierde- en la investidura. Desde que empezó su ocaso ha exhibido el deterioro de la expulsión al gulag. Ha transitado desde el aspecto todavía reconocible y casi mayestático en el desafío en la sede del PPCV negándolo todo hacia aguas menos someras: el proceso de aislamiento, el abandono del partido que contribuyó a engrandecer y que tanto le debe. La trituradora política deja a su paso cadáveres exquisitos y no tanto. Sin embargo durante la investidura, saltó de su trinchera, se diría que quiso animarse a sí misma, buscando alguna mirada, palabras de complicidad, reconocimiento a su figura y herencia. La política es muy dura.

Punset. Los gestos construyen la agenda, son la argamasa del poder. Llama la atención la pretensión de Carolina Punset de disputarle a Albert Rivera el liderazgo en Ciudadanos. Si huir del besamanos encarna lo de que el medio es el mensaje, lo de Punset es cine mudo. Punset sigue empeñada en respirar por «su herida» -el nacionalismo que al parecer sufrió en su Cataluña de origen-. Si ha elegido como bandera ante Rivera lo de la firmeza «nacional», mal, muy mal lo tiene ante el líder actual. ¿De dónde piensa sacar descontentos? Su postura se acerca a la desesperación del jugador de poker que se la juega a todo o nada. Quizás sea una pataleta contra el jefe por no haberla sostenido en Valencia y ceder ante los que pedían su cese. Disputar para desgastar en suma.

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