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Las vueltas que da la vida

Con el régimen que emanaba del Pardo dando sus últimos coletazos, mi amiga Pilar, que hacía los primeros pinitos en Radio Peninsular, me pidió que hablase con mi jefe para ver si podía entrar en el diario en el que yo era el último mono porque lo que le pedía el cuerpo a gritos era escribir. Transmití sus deseos a la superioridad y, cuando por toda respuesta esperaba que ésta me confiara la pena por la imposibilidad de poder acometer en unos momentos tan delicados „para eso siempre lo son„ incremento de gasto alguno, aquel hombre, que había obtenido uno de los premios más reconocidos todavía del panorama literario, se esmeró y soltó: «Las mujeres, en la cocina». Pensando en que Pilar los tenía y los sigue teniendo cuadrados, salí de allí rumiando ¿y ahora cómo le traslado yo esto?

Salvo honrosas excepciones en contados medios, el destino de la mujer que lograba meter la cabeza en una redacción por aquellas calendas era inevitablemente la sección de moda. En las cenitas que nos pegábamos de cuando en cuando, alguna que otra del grupo que observaba el fenómeno desde fuera no cesaba de insistir: «¿Y por qué no pueden hacer economía?». Aunque como es sabido la cosa aún se resiste cuando de alcanzar ciertas responsabilidades se trata, el panorama ha ido cambiando poco a poco y llegó un tiempo en el que los cocineros más reconocidos empezaron a ser varones y en el que, entre las mejores firmas que se encuentran en cualquier cabecera, sobresalen las suyas.

Pilar, Pilar del Río acaba de ser distinguida con el premio Luso-Español de Arte y Cultura por su dedicación y esmero en el noble fin de fomentar la lectura. En un privilegio de velada con ella, Saramago, Haro Tecglen y Concha Barral en petit comité, se habló y debatió sobre el animal filosófico que es el hombre, la muerte, Jesuscristo, las desigualdades, el retraso secular de la Iglesia, el cambio en el concepto de utopía y la necesidad de reactivar la conciencia crítica, pero nada sobre fregoteo ni moda. Y mira que me lo temía.

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