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Matías Vallés

Aznar, jefe de la oposición

Hablar de Aznar equivale a ponerse pantalones de pata de elefante. Para mantenerse en portada, renuncia a la presidencia de honor de su partido de toda la vida, sin aclarar si se declara incompatible con la presidencia o con el honor. Tampoco ha definido si aceptaría la presidencia de honor de Irak. La quiebra de la cúpula del PP es otro desafío a quienes piensan que pueden atravesar el tsunami político sin despeinarse, equivalentes en su fe a los convencidos de que pueden salvarse selectivamente del cambio climático. Hace solo una semana, los bipartidistas nos aleccionaban sobre la milagrosa sanación del tándem PP/PSOE. Los socialistas carecen de líder, secretario general o candidato. El presidente popular durante tres lustros pega un portazo. Dos partidos en forma.

Mariano Rajoy mantiene una relación más fluida con Pablo Iglesias que con su predecesor, véanse los guiños que intercambian en el Parlamento. El PSOE multa a quienes se atrevieron a votar contra una investidura del partido de la Gürtel. Con este panorama, la autoproclamación de Aznar como jefe de la oposición pierde su condición paródica. El PP simula que el bofetón navideño de su presidente del Gobierno más longevo no produce dolor, otra cosa será que arrastre a una veintena de diputados. La migración de los impenitentes cantores del aznarismo a un acantonamiento en defensa de Rajoy es una de las estampas más entrañables de estas fiestas.

Aznar no puso a Rajoy, lo impuso. El dimisionario acariciaba su cuaderno azul como si condensara una sabiduría que competía ventajosamente con el libro rojo de Mao. El divorcio del creador del PP demuestra que todos los matrimonios políticos son de conveniencia, una certeza adquirida antes por los votantes que por los dirigentes partidistas. Las únicas adhesiones inquebrantables son hoy de pago. Verbigracia, los airosos medios de comunicación fingidamente públicos pero evidentemente gubernamentales, cuando hablan del «congreso que reelegirá como líder a Rajoy», a dos meses de su celebración. Se comprueba una vez más que el debate democrático impera en todos los partidos, excepto en la dictadura de Podemos.

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