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Pactos: Líquidos o metálicos

Cuando se dobla el cabo de los 50 las certezas se diluyen. Pero se gana en percepción. Si «la voluntad es libre pero el acto no lo es» -algo así dice Schopenhauer- se podrían disculpar algunas de las presuntas traiciones del tripartito, ahora que han renovado su fe en la cultura del pacto. Y se puede ser metálico en el Jardín Botánico pero los tres representantes del acuerdo de legislatura que sustenta el Consell -Puig, Oltra, Montiel- demuestran ser más bien líquidos, atendiendo al finado Bauman. Nada es para siempre, ni siquiera el régimen de lealtades. Que se lo digan a los extrabajadores de la tele y la radio públicas. PSPV, Podemos y Compromís se vaciaron por la boca con el «todos p´adentro» y ahora se han topado con la p€ realidad. Usaron de forma rijosa a la plantilla, que pasó de carne de atrezzo a la condición de bulto sospechoso por obra y gracia de los tres aliados. Para los anales del psicoanálisis quedará este cambio de rumbo. De héroes a villanos. La crueldad innecesaria se avizora. Si la justicia diera la razón a los sindicatos en el juicio sobre RTVV visto para sentencia en la Audiencia Nacional al Consell de izquierdas no le temblará el pulso: recurrir ad nauseam.

«Botànic reloaded». La imagen que encabeza esta página, la celebración de la rúbrica, el «pacte» que debía salvar a las personas que abandonó el PPCV en definitiva, han centrado la semana. Pero la Administración cremallera ha renqueado en más de una ocasión y en sus citas entre tribus la sonrisa es a veces tan forzada que da grima. El tripartito surfea sobre el razonable discurso contra la discriminación de los valencianos y mucha ideología. Poco más. El recurso político de la infrafinanciación, sin embargo, reclama mesura: la denuncia del largo invierno de las infraestructuras que padecemos es insuficiente por sí sola para gobernar.

Infraestructuras. Al final, tras 18 meses, no parece maduro culpar de todo a «Madrit». Puede que el deficiente nivel de cumplimiento que el bipartito refleja en su balance respecto a la hoja de ruta adoptada cuando desalojaron al PPCV del poder haya obligado a los ideólogos del Consell a redactar ese anexo de reivindicaciones incluido en la firma reverdecida. Sin embargo, al ejecutivo valenciano le falta decidir un régimen de prioridades. No se puede pedir la luna, sin más. Reclamar los fondos para acabar la T2 del metro -prometida alegremente por la consellera Salvador en su momento- y dedicar 80 millones a una tele nueva tiene mala prensa.

Presidentes. La conferencia de presidentes del martes próximo en Madrid, convocada precisamente para abordar este berenjenal, se augura hueca. Siendo uno más de los 14 que se sentarán en esa mesa tendrá el Molt Honorable muy difícil obtener alguna ventaja en su intervención de 8 minutos. Todas las autonomías se sienten mal financiadas. Puig ha teatralizado correctamente los tiempos previos sentándose con portavoces parlamentarios, sindicatos, empresarios, etc. El president es quizá -de los tres miembros del triunvirato en el poder- quien mejor manera la cultura del pacto respecto al espíritu más biliar de Mónica Oltra. El pacto, la negociación, el acuerdo, el acercamiento, debería ser un valor. Sin embargo la gran debilidad de nuestra democracia es su juventud: propicia que aunque muchos de nuestros políticos parezcan viejos, sus políticas sean bisoñas.

Pacto mal visto. El acuerdo, la búsqueda de caminos comunes todavía se ven como traición. La capacidad de pactar es un lastre, como debilidad se considera dudar en público o como poco firme el hecho de aceptar las bondades del contrario. Y ante la actitud timorata de muchos dirigentes -alertados porque saben que sus colegas pueden aprovecharse para afilar sus cuchillos cesaristas- el universo mediático frentista atiza y el ciudadano otorga. Además, los creadores de opinión tenemos una gran responsabilidad a la hora de valorar convenientemente a los pactistas y penalizar a los intolerantes. Pese a sus sombras, aquí el tripartito o Rajoy con Ciudadanos han aprendido a esculpir una mejor democracia. Sería injusto lapidar sus logros.

Paradoja pactista. Las personas somos más pactistas en el ámbito privado que en el público. En la esfera social, hacia afuera, vivimos más cómodos en el maniqueísmo de buenos y malos, de arriba y abajo. El enfurruñado votante también es bisoño. Asociativo en el universo ciudadano, diplomático en su vida diaria, en su familia, en su empresa, pero apóstata del entendimiento político. Resulta vergonzosa ahora la terrible tentación de aceptar la relectura milenarista que el renacido izquierdismo hace de la Transición española. Por ende vivan los pactos, no solo del Botànic, sino del Parque de Ribalta y el Paseo de la Alameda... pero con deberes: que los tripartitos sean capaces de pactar algo con PP y Ciudadanos, por higiene, aunque sean los festivos locales.

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