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Hola, frío

Hace 2700 años, día más o menos, Heráclito nos dijo que todo cambia y nada permanece, que todo fluye como las aguas de un río que no cesa. Él, sin embargo, que debió ser un poco seco, aristocráticamente distante y aforísticamente escueto, sólo dijo «panta rei», y ya te las apañas. A pesar de todo, la estructura de las apariencias era sólida y los pequeños cambios inadvertidos eran fruto más de la evolución que de la historia. Y esa solidez de las apariencias que se nos muestran transmitía certeza, también fatalidad y alguna seguridad. Digo yo, por decir algo: que hablar así cuesta poco. Ahora, sin embargo y 27 siglos después, palmo arriba o abajo, las apariencias se han vuelto también líquidas y la incertidumbre prospera porque no hay ninguna seguridad que pueda procurarse el individuo ni garantizar las instituciones: Bauman es el Heráclito de la modernidad que creíamos enraizada, pero que no es más que una mancha que flota en la intemperie.

Fíjense en el precio de la electricidad que se ha disparado como un cohete en Cabo Cañaveral, ante la mirada impotente del pobre Estado pintamonas y la tragedia de los particulares ateridos.

Pienso en esto mientras camino bajo el paraguas y con el agua por los tobillos, porque ahora que no sabemos que será de nosotras mientras estemos vivos, me tranquiliza algo que en invierno haga frío y en verano calor. Como dios manda. Me ofrece certidumbre y alguna seguridad: al fin algo sólido que llevarse a la boca: salgo a a la calle y me mojo porque llueve a cántaros; me calzó el gorro de lana porque el frío me hiela la calva. Es la solidez del invierno y las certezas de enero. Sin embargo, esta normalidad inoportuna que a mi me tranquiliza, enloquece a los medios de comunicación, a petición de su distinguido público. Mi amigo de pupitre (otra cosa sólida), Alfons Llorenç, me habla de metereología manipulada. Lo que antes eran los fríos del invierno y, puntualmente en Alcoi, un fretorro que tallava el pixorro, ahora es «una ola de frío siberaniano» y la gente normal, ante lo supuestamente extraordinario, se queja de que la Generalitat no disponga de veinte mil máquinas quitanieves y de que cuando nieva la nieve cubra la calzada. ¡Cuidado con los resbalones y si no tiene que salir no salga!. ¡Ni un café les ofrecieron a los detenidos de Albacete!

Así pues, he llegado a la conclusión, entre zen y jódete, que en invierno hace frío como siempre o un poco más o menos que siempre: normal y sólido. Y también espero, en su momento, la «ola de calor», es decir, ese calor pegajoso y cogotero del verano de siempre. Ahora mismo, mientras les escribo esto en la habitación de la gotera al ritmo de la incontinencia zambulléndose en la palangana, me reconforta la certeza de que llegó el invierno. Hola, frío.

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