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Contra las elecciones

Contra las elecciones. Cómo salvar la democracia, es el llamativo título del último libro del arqueólogo y filósofo flamenco (de Flandes) David Van Reybrouck. Lo acaba de presentar en nuestro país y, con tal motivo, se dejó caer de promoción por Madrid donde respondió a los cuestionarios de la prensa. Van Reybrouck es conocido por su éxito de ventas, Congo, un ensayo de tintes narrativos sobre la historia del país africano que las potencias mundiales accedieron a que fuera explotado por Bélgica.

Y fue a raíz de la reciente y larga crisis gubernamental belga, cuando ese pequeño pero complejo Estado demoró la constitución de un nuevo gobierno por espacio de año y medio, que Van Reybrouck decidió enfrentarse a los problemas de funcionamiento y legitimación de las democracias occidentales. Poco antes de la ola populista que ahora parece invadirlo todo, el autor belga llegó a la conclusión de que el sistema democrático actual está muy enfermo y necesita reformarse. Su propuesta es radical: sustituir las votaciones presentes (una persona un voto cada cuatro años, y luego todos a casa para que actúen los políticos como profesionales de la gestión pública), por lo que llama la «democracia deliberativa».

¿En qué consistiría esa democracia deliberativa? En elegir aleatoriamente un número determinado de ciudadanos, de todos los segmentos de edad, clase e ideología, para que estos tomen decisiones que les afecten, pero convenientemente asesorados por expertos y técnicos en la materia. Por ejemplo, no son los políticos los que decidirían dónde ubicar una nueva escuela en una ciudad equis, sino el grupo de personas seleccionados de esa ciudad con la ayuda consultiva de pedagogos, urbanistas y/o economistas.

Esta propuesta nada tiene que ver con los referendos, y menos si hablamos de consultas con preguntas a problemas complejos y de graves consecuencias irreversibles en las que solo cabe una respuesta maniquea: o blanco o negro. Ese tipo de consultas, como la del brexit o la de la independencia de Cataluña, generan una polarización extrema de la población, y lejos de solucionar una cuestión multiplican el conflicto.

La propuesta deliberativa guarda más semejanzas con una terapia de grupo, una especie de coaching o con la más singular dinámica de grupos, empleada por muchos departamentos de marketing y que le fue muy útil a Tony Blair en su día para conocer de modo bastante aproximado lo que desean los electores o cómo reciben determinadas propuestas.

En las antípodas de Van Reybrouck cabría situar al extremeño Juan Moreno Yagüe, el único rival de Pablo Iglesias por la Secretaría General de Podemos, quien se presentó a morir frente a Iglesias con un programa de participación radical de la ciudadanía a través del desarrollo tecnológico. Yagüe cree en la posibilidad de incorporar a un mando a distancia de la tele un teclado para el voto directo, de tal suerte que el Parlamento convencional sería sustituido por un canal de televisión abierto.

Yagüe, en definitiva, propuso llevar hasta el paroxismo la participación ciudadana, pero le hicieron poco caso. En el congreso de Podemos, sin embargo, llegaron a participar directamente más de 150.000 personas en sus votaciones, lo cual no sirvió para alterar un ápice el guion previsto: los más votados fueron los más conocidos, los que más se han popularizado por la televisión y los periódicos con una clara tendencia a favor de los que se aglutinaban en torno al líder carismático que había lanzado un órdago sobre la organización. En el fondo, una trampa, un fake participativo que esconde unas severas patologías ideológicas „«inseguridad, debilidad, inmoderación, resentimiento?»„ tal como en estas mismas páginas desgranó lúcidamente el profesor José Luis Villacañas.

Peor si cabe han andado en cuanto a participación los congresos de Ciudadanos y del PP. El de los conservadores se ha resuelto a la búlgara, por amplia aclamación del líder, en una organización que padece múltiples carencias de sinceridad en el comportamiento de sus militantes; apenas la acumulación de cargos de María Dolores de Cospedal provocó un conato de revuelta interna contra los designios de la dirección. En el nuevo Ciudadanos de siempre, ni eso, el único gesto combativo frente al líder fue la boda en el mismo horario de Carolina Punset con Alexis Marí rodeados de socialistas y nacionalistas.

Y queda el congreso del PSOE, probablemente la organización más proclive a la convulsión participativa de cuantas concurren „de las grandes„ a la vida política española. Mejores gestores que polemistas, los todavía únicos garantes de la socialdemocracia en nuestro país harán bien en seguir las recomendaciones de un antiguo líder valenciano de su partido, Joan Romero „también en este periódico„ quien ha pedido volver a pensar los problemas y las soluciones políticas «saliendo de la zona de confort» porque «hay demasiadas luces rojas en el panel». Que se piense, sí, pero lejos también de la lucha de facciones y de la ortodoxia.

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