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Los carnavales, nuestras fallas

Los últimos días de febrero, siempre antes del Miércoles de Ceniza, son tradicionalmente de Carnaval, fiestas que en Valencia prácticamente están desaparecidas en su formato tradicional, subsumidas por las Fallas, que han traslado las impetuosas ganas de fiesta de la peña a casi todo el mes de marzo, un mesazo de fiestas. No aparece Valencia ni ninguna de sus poblaciones entre los diez primeros lugares del ranking de Carnavales españoles elaborado por la National Geographic, a pesar de que en el siglo XVIII, junto con Madrid y Sevilla, Valencia figuraba en lo más alto del pódium y prestigio carnavalesco. Hoy no queda apenas vestigio de aquellas famosísimas y nombradísimas fiestas, que para la clase pudiente y aristócrata se llamaba Bayle de Máscaras y para los curritos de a pie eran carnestoltes, derivado del carnes tollenda latino.

El personal pretendía con las fiestas de Carnaval divertirse lo suyo, reventar, antes de entrar en el rigor de la Cuaresma impuesta por la Iglesia, que con su omnímodo poder sobre el cielo y la tierra mandaba poner a todos firmemente austeros, como si de un ramadán se tratara, en materia de ayunos, abstinencias y abstenciones de lo carnal, de ahí lo de Don Carnal y Doña Cuaresma de la literatura. La moda de los carnavales llegó a España desde la Corte de Austria, pasó a Francia a Francia y de ésta a España e Italia. Los austracistas las implantaron y los borbónicos las implementaron. Fueron éstas fiestas para la clase noble y adinerada. Su actividad y funcionamiento fue muy reglada.

El 13 de diciembre de 1768, los Jurados de la Ciudad solicitaron a Madrid autorización e instrucciones para celebrar Carnaval con el fin de recaudar fondos con que sostener el Hospital. Anunciaban en su escrito los organizadores poner servicios de orden y seguridad, «se procederá a tomas las providencias mas capaces de contener cualquier desorden, que contra toda esperanza pueda suscitarse».

Benito Monfort imprimió en 1769 «Politica, y economía del bayle de Mascara en la casa interna de Comedias de esta ciudad de Valencia para el Carnaval para edificar nueva Casa de Comedias cuyos útiles goza el Santo Hospital General de la misma», que repartió entre los que compraron las entradas para el evento que se celebraría en el Teatro de Comedias.

El ticket costaba «ocho reales castellanos». No podían entrar menores. Era obligatorio ir disfrazado. «Se castigara con severidad, que el que uno se ponga vestido, que no sea propio de su sexo». No se podía utilizar hábitos de eclesiásticos, militares o magistrados. Todos debían cubrirse el rostro con máscaras. Estaba prohibido fumar en el interior del recinto del baile. «La acción de fumar es bien agena de una concurrencia autorizada, por lo que no se consentirá en ninguna manera en la presente». Estaba prohibido insultar o «cosas impropias de la caridad christiana». Igualmente, no se podía llevar armas. Se montaba todo un dispositivo de acceso, salida y aparcamiento de caballos y carruajes, que ya quisiera haberlo conocido Grezzi, con el fin de evitar colapsos, embotellamientos y caos circulatorio. El parking estaba en los aledaños de las Torres de Serrano, los carruajes dejaban a sus ocupantes en el baile y al terminar los recogían.

Por su parte, el pueblo llano, falto de dinero y posibilidades organizaba los Carnavales a su medida, con los escasos recursos de que disponía. Mayoritariamente hacían sátiras de las palaciegas fiestas de los poderosos, a las que no podían acceder. Hacían todo lo contrario de lo reglado para palacios y teatro o La Lonja. Los hombres se vestían de mujeres y viceversa, costumbre muy vigente hoy en todo tipo de fiesta cabalgatera y de carnaval. De aquellos carnavales populares hoy quedan algunos vestigios en tierras valencianas, como los de Villar del Arzobispo, Vinaroz o Pego, muy vivos, masivos y participativos. El férreo régimen del General acabó con los carnavales populares, arrasó con estas manifestaciones festivas que, desde tiempos prehistóricos han venido celebrando el solsticio de primavera, por creer irreverentes para con la Iglesia, que presionaba lo suyo para que la vida civil se rigiera por la norma eclesiástica.Se canalizaron las ansias de fiesta por el camino de las Fallas, las que convirtió casi sin darse cuenta en propios Carnavales, no fuera de la Cuaresma como es lo ortodoxo, sino dentro de ella, Fueron su peculiar bula donde extrañamente el franquismo no entró a saco permitiéndoles una exigua libertad de expresión y crítica.

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