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Desde Argentina

Estoy en Buenos Aires (Argentina) y no veo la tele. Por lo tanto, no sé de qué os voy a hablar. Fin de la columna. No, esto no puede ser, empecemos otra vez. Estoy en Argentina y no veo la tele. Por lo tanto, o me pongo a hablar de generalidades, o hablo de la tele de aquí, o hablo de lo que pasa cuando uno no ve le tele en absoluto durante semanas.

La tele de aquí que se ve en abierto es bastante nefasta. Fútbol, informativos y debates de gran intensidad política. Los canales oficialistas a favor del gobierno de Macri (neoliberal con fórmulas parecidas al PP de la mayoría absoluta), los de la oposición oponiéndose muy apasionadamente a Macri, y deseando el regreso de Cristina Kirchner. Para uno que viene de fuera, un rollo.

Entonces, una vez más -creo que ya lo he hecho antes-, hablaré de la vida sin tele. Tengo una buena novela para llenar ese vacío de última hora de la noche. Pero lo mejor es que tengo gente con la cual compartir horas de charla, recuerdos y proyectos.

La gente es mejor que la tele. Ya, ya sé que esto os puede parecer una tontería, pero ¿habéis intentado comprobarlo? También sé que la tele es a veces la manera menos agresiva de no hablar con la gente que tenemos cerca. Entonces ¿qué hacemos cuando la programación no nos gusta y no soportamos a los que nos rodean? ¡A la calle!

Yo me he reencontrado (gracias a facebook) con amigos que no veía desde hace más de treinta años y en medio de una charla llena de risas nos hemos preguntado porque hemos estado tanto tiempo sin hablarnos. No soy tan tonto como para pensar que eso es culpa de la tele, la tele no tiene la culpa de nada, es un aparato que se enciende y se apaga voluntariamente, pero sí creo que de algún modo la ausencia de ella me permite disfrutar de cosas más importantes: hijos, amigos, lecturas? Ya lo dijo Groucho: «Encuentro la televisión muy educativa, cada vez que alguien la enciende me voy a la otra habitación a leer un libro».

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