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Rajoy pasa de los valencianos

Ha vuelto a ocurrir. En esta ocasión, merced a la presentación de los Presupuestos, que consignan unas inversiones de escasísimo alcance en la Comunidad Valenciana. Periódicamente, y más en concreto en cada ocasión en que es posible poner a prueba la relación del Gobierno de Mariano Rajoy con los valencianos, el balance es siempre el mismo: un desprecio tan continuado, tan consistente, tan habitual, que es casi imposible encontrar alguna fisura; alguna ocasión en la que el tratamiento deparado a la Comunitat Valenciana por parte del Gobierno central no sea discriminatorio en grado inaceptable.

Da igual que aquí tengamos Gobierno de derechas o de izquierdas; da igual que el acercamiento a Madrid se produzca por la vía de la súplica, de la protesta (ambas ensayadas por Alberto Fabra), o por la de la indignación y las amenazas (como comienza a plantearse directamente en el actual Gobierno de coalición de izquierda). Da igual que con eso también deje en el más espantoso de los ridículos a la dirigente regional del partido, Isabel Bonig. La respuesta de Rajoy es siempre la misma: ignorar el problema valenciano, que en efecto no considera un problema real.

El papel de los valencianos en su relación con el conjunto de España parece resumirse en el aforismo «dar, sin pensar en recibir». Pero no por altruismo, sino porque, dado el pasotismo del Estado ante las necesidades de los valencianos, no parece que vayamos a recibir nunca mucho. Se construyó un AVE que permitiera llegar a los madrileños lo más rápidamente que fuera posible a las playas valencianas, y ahí terminó la implicación del Gobierno central con Valencia.

Desde entonces, todo es hablar de los «corruptos» valencianos (tan corruptos que expulsaron del Gobierno a los que habían institucionalizado el sistema de corrupción, cosa que no ha sucedido en Madrid), del «despilfarro» (y eso, sin que nos diera tiempo a montar un sistema de autopistas radiales fantasma que va a costarle al Estado 5.000 millones de euros, como el de Madrid) y de que aquí lo que hay que hacer es montar un Corredor Madridterráneo en toda regla, excluyendo a Valencia del mismo. Y esto, no lo olvidemos, no sólo lo dicen Rajoy ni la derecha española; también lo defienden Susana Díaz, y es lugar común entre líderes de opinión -también los supuestamente progresistas- que se dedican a hacer bromitas día sí, día también, sobre los «corruptos» valencianos, como por ejemplo el Gran Wyoming, desde su programa en La Sexta (¡y uno que pensaba que tener diecinueve pisos en propiedad en Madrid le haría tener más sensibilidad a la hora de enjuiciar determinadas prácticas, acaparadoras y expoliadoras, tan comunes aquí y allá!).

Hablamos, como siempre, de poder. En Cataluña, también soliviantados con la tradicional doble vara de medir territorial del Ejecutivo (no sólo el de Rajoy), llevan años inmersos en un proceso independentista, de incierto futuro y con síntomas de desinflamiento. No puede decirse que Rajoy haya abandonado su natural pasota ante el «desafío independentista», pero sí que se percibe cierta tendencia a mitigar las aristas del enfrentamiento; paso previo a la distensión. Y ello, naturalmente, gracias a subirse al monte. Un Estado débil, como el español, que percibe todo tipo de amenazas dentro de su territorio, tiene esta tendencia atávica a dividir entre buenos y malos.

Y no se equivoquen: desde cierto punto de vista, en el actual sistema democrático, es mejor ser malo. Porque, al menos, aunque sea a regañadientes y dedicándoles todo tipo de reproches e insultos, a los malos les acaban haciendo caso. Algo que percibió con toda claridad la vicepresidenta Mónica Oltra, y por eso comparó la situación valenciana con la catalana, lo que fue respondido por una de las más reputadas periodistas independientes a sueldo del independentismo, Pilar Rahola. No vaya a ser que los valencianos (quizás no hoy, pero sí tras cinco o diez años más de pasotismo del Gobierno central) se lancen por la misma senda «insolidaria» y «malvada» y les quiten la exclusiva a los catalanes. Total, los insultos y desprecios ya los estamos recibiendo igualmente, de manera que...

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