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Pájaros del salar

Había flamencos en los humedales de Santa Pola, que ya los tienen desde mucho tiempo atrás (lo mismo que la vieja salina de Calp) cuando estas aves no se habían asentado en l´Albufera o el marjal del Moro. Se han construido desvíos en la engañosa carretera nacional que lleva a Torrevieja para observar a los pájaros. Tomamos uno de ellos y encontramos el suelo lleno de una gravilla destellante que no es sino el cristal astillado de algunas ventanillas. Se completa el ecosistema: donde hay turistas y amantes de los pájaros, aparece el mangui a ver qué pilla de la guantera y las chaquetas... el dinero y la óptica siempre encima, estamos en España, la patria de las traductoras rumanas, el clan Pujol y Luis el Cabrón. Por otra parte, el vuelo del flamenco no es de los más elegantes: poca ala para tan largo cuello.

Enseguida pillamos premio. Según camino bordeando una laguna, una gaviota se lanza en vuelo rasante y dando gritos: no soy bienvenido. Y pronto descubro el motivo: en una mata del saladar se esconde uno de sus pollos. Esta conducta también la he observado en las cigüeñuelas (y según los documentales de La Dos en los pingüinos de las Malvinas, que no vuelan pero sí graznan como posesos). Pero ahora estamos en Santa Pola y veo tarros blancos, corriols y corriolets, espátulas y mil bichos más. Alimentamos a los gorriones de la playa con nuestros aperitivos japoneses. Les gustan. En esta playa del Pinet hay extranjeros de caravana, dunas gigantes y una leyenda vinculada a las ruinas de una torre: aquí fue encontrado, flotando, el arcón con la imagen de la Virgen del Misteri d´Elx, con su prospecto: instrucciones precisas acerca del modo de honrarla, así da gusto.

Dicen los científicos que algunas de nuestras aves urbanas han logrado imponerse al ruido del tráfico elevando la frecuencia de su voz. Esos reclamos agudos llegan más fácilmente al oído de la pajarilla que, sin embargo, prefiere las voces cálidas y graves, como es natural. Les pasa lo mismo que a las jóvenes locutoras de la tele, pero al revés. A más tráficos y asuntos, más griterío.

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