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Las calles de Ribó

El otro día una apreciada diputada socialista de les Corts tuvo a bien reprocharme durante el resopón de los Premios Levante -EPI que un servidor «susaneaba». Era su percepción -desenfocada a mi buen entender- sobre alguien tan poco sospechoso de compadrear con la cosmovisión andaluza del Estado.

Nada sospechoso. Aquí en esta página se suele poner énfasis en el doble discurso de Susana Díaz y la inoportunidad que se detecta en esa apuesta de Ximo Puig por la andaluza ante Pedro Sánchez -mañana se baten en duelo- porque presumo que obedece a razones endogámicas, en clave interna, que se pone en suma la disciplina orgánica por delante del interés ciudadano. Sin embargo Puig flota. El president ha logrado surfear el ruido del PSOE -luego incidiremos en su buena estrella- frente a la política de asfalto de sus socios. La misma Díaz en València denunciaba el mismo jueves la política espectáculo de sus socios del Botànic.

Ajuste del callejero. Porque Compromís está en otras cosas. Están optimizando su política de alta carga, independientemente de las consecuencias que tenga en términos de respuesta social. Por ejemplo en la revolución del callejero del Cap i Casal, un ajuste de cuentas con efectos retardados que divide los ancestros de los valencianos entre buenos y malos, entre azules y rojos, como si multitud de nosotros no tuviéramos abuelos cruzados en ambos bandos. Humildemente también presumo que al gobierno de Joan Ribó se le va la mano como adrede, para alargar la fiesta de la victoria y que puede ser que esté confundiendo el oxígeno de las encuestas con un cheque en blanco.

Dictaduras. Primero porque, en el plano intelectual y con precedentes, habría que preguntarse si por higiene democrática es recomendable aquí -o en Moscú- borrar que hubo una dictadura. Y segundo porque tan amantes como son los promotores de la iniciativa de profilaxis callejera de convertir la democracia representativa en democracia participativa, en un tema como este quizás hubiera sido recomendable organizar un proceso interactivo de consultas que refrendara -o no- la erradicación de la nomenclatura franquista. Por no hablar del riesgo peregrino de que un cambio político futuro en el signo de la casa consistorial no acabe corrigiendo este «aggiornamento» de las placas recién aprobado y así hasta el infinito.

Puig en Vitoria. Frente a quienes salivan al resucitar a Franco, jugar con las banderas, prohibir misas o crispar la educación -en el otro bando se fomenta igualmente la bicifobia o se manipula con la lengua-, Puig juega su partido. El president ha visitado esta semana el País Vasco, ejemplo precisamente de todo lo contrario, de una sociedad que entierra sus sangrientas contradicciones. Su foto con el lehendakari ilustra esa figura que va labrándose de hombre de Estado que pacta con presidentes del PP -en Murcia-, del PSOE -en Andalucía- o que tiende puentes con nacionalistas -en Euskadi-. En aras de las necesidades colectivas -el corredor o la financiación- no duda en conciliar y es seguramente esa tendencia al pacto frente a las siderúrgicas maneras de Compromís el viento de cola que mejora su imagen en la percepción popular.

Envidiable cupo. Al aterrizar en Sondika Puig se habrá dado de bruces con una sociedad próspera, regada por el cupo vasco que permite sembrar de arquitectura top la vieja villa que fundó López de Haro y alrededores. Es que arrancas en la paloma diseñada por Calatrava para el edificio de la terminal y ya no paras porque el resto es una siembra de hitos de Itzotaki, Pelli, Foster, Ferrater€ y así toda la ría. Allí nadie ha chistado sobre esta sobreactuación arquitectónica del gobierno que preside Urkullu, anfitrión esta semana del president. El enorme y futuro soterramiento de la estación de Abando, último botín obtenido por el arreglo del PNV con Rajoy, ilustra como gestionan los vascos su capacidad de influencia y son esas las claves que debería administrar Puig tras su paso por Ajuria Enea.

Primarias. Lo que está claro, volviendo al PSOE que mañana define su futuro inmediato y puede ser que el de España, es que nada es blanco o negro. En el ámbito valenciano la cosa es compleja. Los susanistas aquí son los cargos públicos principalmente pero no todos. Algunos sanchistas confesos como el alcalde de Alicante Gabriel Echávarri avalan a Díaz por fidelidad al president y otros, como el primer edil de Elx, están con Sánchez por convicción o por el factor Ábalos, como el de Xirivella. Ante el «clasiscismo» de Susana Díaz, Pedro vende más izquierda, más militancia y no cerrar el paso a llevar al gobierno de España acuerdos como el que Ximo Puig tiene en la Comunitat. Aunque, como decía un veterano socialista que apuesta por PS «otra cosa es que este movimiento pueda constituirse en un frente anti Puig de cara a un futuro congreso, que está por ver».

EL FUTURO DE PUIG SI GANA SÁNCHEZ

¿Y el lunes? ¿Cuál será el panorama tras las primarias? ¿Qué consecuencias puede traer la conclusión del debate socialista en la gobernabilidad de la CV? Así de primeras, un triunfo de Pedro Sánchez debilitaría orgánicamente en Madrid al Ximo Puig estadista pero, por el contrario, lo reforzaría ideológicamente aquí ante sus socios del Botànic. En cambio una victoria de Susana Díaz tendría a los suyos mandando en Ferraz pero con una política más alejada de Compromís y Podemos. Lo que parece evidente es que la mejora en la apreciación personal en las encuestas hacia Puig y el impulso del PSPV ante Compromís que define el termómetro demoscópico no dejan de ser avales colectivos hacia el Ximo candidato ante cualquier escenario post primarias, gane quien gane.

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