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Ciudadanos responsables

Quizá si nadie esperase a que otro le resuelva la totalidad de sus problemas, España tendría un problema menos. Y a mi juicio el más importante.

País históricamente de súbditos, clérigos, militares y funcionarios del Estado, el espíritu emprendedor que caracterizó las revoluciones burguesas del XVIII y XIX aquí prendió poco y mal. Todos parecemos haber entonado una loa a la mediocridad como forma natural de vida; una especie de apuesta mayoritaria por el pastoreo y la mesta, mucho antes que por la iniciativa, la libre resolución de vidas y haciendas y la asunción de responsabilidades por la libertad que cada cual se toma.

Se me podrá decir, le gusta a usted el mundo anglosajón. Ciertamente es así. Prefiero ciertas catástrofes sociales previsibles a este páramo de mediocridad y cretinismos presuntamente nacionales y patrios. El ejemplo de nuestra política no es ajeno a esta suerte de anomía social imperante. Los partidos se han convertido en auténticas empresas de colocación y prebendas institucionales donde los méritos, capacidades personales y otras virtudes cívicas brillan por su ausencia para mayor abundamiento de la convivencia lanar.

Escasa importancia tiene hoy en nuestro país el bien común, los intereses generales, las prospectivas de futuro; es decir, eso que siempre se llamó la política de Estado. Aquí hemos convertido semejante expresión en chanza de chamarileros de alcantarilla. Nadie mira más allá de sus intereses inmediatos: cargo, sueldo y algún que otro beneficio añadido. Importa poco el destino colectivo, las ideas que en algún momento incluso pareció precisar la política española, ciertamente siempre las quiso escasas y lejanas, pero nunca definitivamente ausentes.

Parecemos una sociedad de conformistas idólatras que esperan la caída del maná celestial, no ya por deseo de Jehová, como en el Antiguo Testamento, sino como graciable concesión de alguna que otra partida presupuestaria debidamente condimentada al uso y para el abuso de propios. Y cuando una sociedad piensa de este modo mayoritariamente, si es que a esto se le puede llamar pensar, la decadencia está mucho más cerca de lo que suponemos. De hecho ya la tenemos aquí, en la puerta de casa. El «que inventen ellos» cerrilmente unamuniano se ha adueñado de nuestros usos y costumbres hasta ir convirtiéndonos en hordas alimentadas con la ubre casi exclusiva del Estado y sin más futuro que la subvención pública debidamente controlada y manipulada en beneficio de quién la otorga.

Mal tiempo para ciudadanos responsables. Mal tiempo para innovadores. Mal tiempo para aquellos que desean ser dueños de sus vidas y mirar con la cabeza alta y de frente sin necesidad de deber nada a nadie que no sea fruto del trabajo, la preparación, el rendimiento y la excelencia. El espíritu corporativo, el ordeno y mando en nuestras organizaciones públicas, partidos, patronales, sindicatos, y demás voces de la necesaria sociedad civil ha terminado por hacer imposible eso justamente, la civilidad de la misma.

Basta mirar a nuestro alrededor. ¿Qué ideales colectivos compartimos? ¿Qué buscamos en común? ¿Qué bienestar deseamos alcanzar? ¿Qué metas y valores nos parecen mejores que otros? ¿Qué estilo de vida preconizamos? ¿A qué aspiramos como sociedad? No encuentro respuestas distintas a las explicadas.

La deserción de los mejores en beneficio del espíritu de cuartel parece haberse adueñado de la mayoría de los mecanismos de promoción, control y valoración social. Tanto, que a nuestros mejores profesionales les resulta complicado poder desarrollar su trabajo precisamente por su profesionalidad probada. Un país así tiene un futuro que merece pero que, desde luego, lo precipita cada día que pasa en una sima más profunda y más áspera.

No vea el lector en estas líneas una loa, otra más históricamente hablando, al regeneracionismo. No, no. En todo caso una reflexión por si todavía estamos a tiempo de enmendar la senda. Rectificar el camino y pensar si nos interesa ser algo mejores y más eficaces. Y de paso, naturalmente, más cultos, más dignos seres humanos y algo más libres.

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