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Fatua intensidad

Eres más intensa que la voz de Gloria Serra. Bueno, la voz y el gesto de Gloria Serra. Es la presentadora de Equipo de investigación, en La Sexta. Es la Jesús Hermida de nuestros días, para explicarme mejor, aunque sin cabeceo. Don Jesús parecía cuando hablaba un descoyuntado Salvador Sobral, el portugués de Eurovisión. ¿Recuerdan al periodista dando cabezazos como si de golpe los músculos del cuello entraran en huelga y zas, cabeza a la rodilla, como inane, y vuelta a empezar? Pues Gloria Serra no es así. Ella es más de cuello tieso pero de mano voladora, explicativa, pedagógica, ese tipo de personas que hablan con las manos para acotar, poniéndolas en paralelo, el tamaño de las cosas, como si trasladaran cajas imaginarias de un sitio a otro. Ella mira a cámara, se concentra en su monólogo, camina hacia el objetivo, es decir, hacia a ti, y para reafirmar lo que dice levanta las manos, las pone en paralelo, las mueve arriba y abajo, y suelta uno de sus requiebros de voz. También puede apuntarte con el dedo para señalar, como la última vez que la vi, la historia de La presidenta, de Francisca Pérez, una capo de la marihuana en Marbella. Gloria Serra no habla, parece que canta. Qué mujer. Dicho esto, me descoyunto de rabia al ver en la televisión pública la fatua intensidad de Javier Cárdenas, insoportable de veras. Igual que Hora punta, que se jacta de hacer buenos datos de audiencia pero, oh, una vez más, como lo hace la truculenta TVE, con malabarismos, con números de mago farsante. Cuando Hora punta hace buenos datos de audiencia lo hace con picos que suben minutos antes del programa con tirón que vaya después, por ejemplo, Cuéntame. Los días que La 1 tiene programa potente, Hora punta dura más de lo normal para que la gente que espera verlo se vaya sumando y así contabilizarla. Pero el resto de días, por mucha fatuidad, engolamiento y huera intensidad que le eche Cárdenas, pura basura, La 1 y el pimpollo se comen los mocos.

Fantoches

Como hacía tiempo que no aparecía arengando a las tropas, a nuestro ejército, ni salía con traje de camuflaje, la memoria es ingrata y empezó a desdibujarla. Pero hete aquí que el otro día, por no sé qué motivo de partido, la vi en su esplendor. Nunca falla. La señora Mariloli Cospedal ocupa un lugar de privilegio entre las lumbreras de intensa fatuidad en cuanto abre su boquita y se desparrama en su hueca verborrea traicionada por sus dientecillos de vampira mala capaz de chuparte la sangre, y la vida entera. Y la compostura. Me pasa con ella igual que con un fantoche llamado Álex Gibaja. Cuento la cosa y ustedes, si quieren, averiguan quién es el nota este. De la órbita Mediaset. Lo veo, con mis ojos de empezar a dar crédito a cualquier cosa, en Dani&Flo, que sigue desangrándose como si La Generala Cospedal le hubiera hincado el diente al orondo Florentino Fernández y al zangón Dani Martínez, bobalicón y sin gracia. El tal Álex va de invitado al programa vespertino de Cuatro logrando el milagro de milagros. Es tan necio, tan absurdo, es un muñeco tan patético y tan ridículo, tan innecesario, repelente y cargante, que hace bueno y grande y natural y fresco y listo y sensato y admirable a, por dios por dios, Josie, el José Fernández de toda la vida de su pueblo manchego, ese que habla de rasé y cosas más gordas. Por cierto, rasé, qué coño es rasé. Casi prefiero no saberlo, igual que vivía feliz sin saber lo que era una choni y ahora que lo sé las veo por todas partes. Y en verdad en verdad os digo que es un castigo. Bien. Pues el Álex Gibaja este da consejos de moda en Dani&Flo. Sólo hay que ver el esperpento de criatura para tomárselo como hay que tomarse hoy la mayoría de cosas que vemos y escuchamos en la pantalla. A chufla. Por muy intensas que se pongan. Y el Josie es otro que se pone más intenso que Gloria Serra, o que Sandra Barneda en el debate de Supervivientes.

Plantígrado

En el lado contrario, intenso pero en plan «déjame que estoy loc», Frank Cuesta. Qué pesadito el hombre. Si para el espectador, para este espectador, lo es, no quiero pensar qué sentirán los animales en cuanto lo ven asomar con su traje de faena, pantalón corto, gorrita con la visera para atrás, y zuecos de colorines con calcetines más allá del tobillo. Un cromo. Ahora está ganándose la vida con Wild Frank, que emite Discovery Max, y hace lo de siempre, dar por culo a los pobres animales a los que se acerca sin tener culpa de nada, tío. En una de las últimas entregas, o en la primera, da igual, porque la tabarra es la misma, lo veo haciendo la croqueta -literal- para acercarse a un oso feliz que está tratando de comer lo que pilla en un bosque de California, creo recordar que era allí. Y el mentecato, cuando está a siete metros del plantígrado, se pone de pie. Como el que ve una colilla en el suelo, el oso empieza a caminar hacia el capullo, que sale cortando de allí gritándole al cámara, vamos, vamos, joder, vamos. ¿Qué pretendía el salvaje Frank? ¿Cuál era la razón del viaje? A ver si en un rato libre Íker Jiménez, otro de los intensos de libro, de esos que se toman a sí mismos con la seriedad de un libro sagrado, desvela el misterio misterioso. Pero la nota que coronó al pelanas con zuecos de colorines y pantalón de japonés echando fotos por el Albaycín en agosto a las cuatro de la tarde, fue cuando lo vi dando explicaciones de lo que pasaría si una bicha de esas que inflan los carrillos, sacan los molares y te clavan los dientes con veneno, te mordiera. Ante el animal, crecido como un pavo real, Frank hablaba muy bajito, como si respirara mal, hacía musarañas con el gesto para dramatizar su sermón, y parecía entrar en éxtasis diciendo que te faltaría el aire, que el corazón se encogería, que tu cuerpo se quedaría agarrotado… Anda, tira pallá, tonto, pensaría la serpiente, que te voy a dar un bocado en el culo que te voy a poner la gorra derecha, pero sin voz intensa ni cosas por el estilo, que las pitones, o cobras, no son tan gilipollas.

Maestros

Entre maestros anduvo el juego televisivo la noche del jueves con la vuelta a La 1 de la ansiada tercera temporada de «El ministerio del tiempo». Perdonen la expresión, pero así me explico mejor. Capitulazo. Giraba en torno al maestro Alfred Hitchocock, es decir, que hubo tensión y trepidación, componentes a los que el británico llevó a la cumbre cinematográfica.

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