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Matías Vallés

Corbyn cambió la moción de censura

Una semana atrás, la conservadora Theresa May se disponía a aplastar en la elecciones británicas, arrancando una ventaja de un centenar largo de diputados a los laboristas. Una semana atrás, nadie imaginaba que el Tribunal Constitucional se atrevería a refregarle a Mariano Rajoy que su amnistía fiscal para compinches era la violación más flagrante y cara desde el alumbramiento de la Constitución. Con la perspectiva de la semana pasada, la moción de censura de Podemos era un trámite a resolver con dos capotazos, el zumbido engorroso de un abejorro neutralizado desde su propia voluntad utópica de desafiar al gran herbívoro del PP.

Sin embargo, las críticas masivas de los medios británicos a Jeremy Corbyn obtuvieron el efecto contrario al deseado. No es una cuestión ideológica, solo dos de los cien grandes periódicos estadounidenses respaldaron a Trump. El aparatoso fracaso de May ha reactivado al laborista radical, que recortaba la desventaja en más de cuarenta diputados. Porcentualmente, se quedaba a un punto de los tories. Este seísmo se trasladaba a la moción de censura española. Pablo Iglesias compite con Pedro Sánchez por el título de político más maltratado en la prensa madrileña, por lo que también el efecto sorpresa reactivaba la moción de censura de Podemos. En su intervención ante la cámara como candidato a una investidura fallida, el secretario general del partido emergente tuvo la oportunidad de resaltar que «Corbyn ha dado una enorme lección en el Reino Unido». Y en España.

En la era Twitter, nadie aguanta un día entero de moción de censura. Este efecto benefició a Irene Montero, convertida en la protagonista de la jornada por encima de Pablo Iglesias. No se entiende el puritanismo de la izquierda al camuflar que ambos forman pareja, de la que no tienen por qué dar explicaciones pero que concede relevancia a su intervención simultánea en un acto parlamentario trascendente. Un país que lleva un mes escrutando la relación de Macron con su esposa, no puede fingir indiferencia ante el dúo planteado ayer por Podemos, que además daña las pretensiones de este partido contra el nepotismo. Ahora bien, se adentran en territorio minado las diputadas del PP que encabalgan chistes fáciles sobre una moción diseñada en el dormitorio. ¿Se puede emplear el mismo escrutinio para rastrear el comportamiento y las ojeras de diputados o ministros populares, ocasionalmente emparejados?

Lo peor que puede decirse de Rajoy es que recordó a la balbuceante Theresa May tras la pérdida de la mayoría absoluta. Con el agravante de que la primera ministra británica se quedó mucho más cerca de la hegemonía que el PP. El presidente del Gobierno quiso reducir el debate a una sesión del club de la comedia, con su «toma ya». Su retintín en el uso del «señora» apuntaba los visos machistas que ya dedicara a su interlocutora Elena Salgado, en la era Zapatero. Entre sus argumentos rutinarios contra una moción condenada al fracaso, sorprendió la incomprensión por la censura a un ejecutivo recién nacido. En realidad, más nonato que neonato, si se atiende al alarmante grado de desconocimiento de los ministros en los barómetros oficiales del CIS.

Rajoy se permitió corregir los errores léxicos de Montero, al reprobarle el uso de «parasitación», pero el presidente no tenía gracia y la representante de Podemos cinceló su imagen de Pasionaria a voz en grito. La comisura de la rabia presidencial se vació en golpes poco recomendables al PSOE, que mantiene al PP en el poder en contra de la opinión de los militantes socialistas. Iglesias demostró que tiene ganas de política, en uno de los ciclos altos de su trayectoria errática. Habla con la cadencia de Rajoy, porque todo se pega y porque su fetichismo de la transición le impulsa a replicar la relación equívoca de González con Fraga. Impresiona todavía que las intervenciones de un grupo marginal llenen de aplausos la cámara, una resonancia de los cinco millones de votos de Podemos que los gurús omiten por sistema. O por antisistema.

Podemos ha aprovechado la moción de censura para rodear el Parlamento por dentro. Ha aprovechado la difusión adicional de la sesión para aumentar su cuota de protagonismo. Le plantea al PSOE una liza deportiva por el liderazgo de la izquierda, en tanto que el Gobierno depende de los mismos socialistas para mantenerse frente a los embates de la corrupción en las filas del PP. La moción de censura perdida por González frente a Suárez lo catapultó como presidente en ciernes. Iglesias no ha llegado a tanto, pero se ha beneficiado del efecto Corbyn, al tiempo que delataba indirectamente la principal diferencia entre la prensa de Londres y Madrid. Al día siguiente de la apuesta perdida por May, los diarios conservadores la vapuleaban con mayor furia que los progresistas.

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