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¿Partidos o partidas?

Ni el PSPV será nunca el PSC ni el PP la UPN. Yo no digo que esto fuera mejor para ambos o no. Afirmo que semejante forma de ver la política es enajenante y está totalmente fuera de lugar en nuestras formaciones mayoritarias.

Qué hacemos con nuestros partidos políticos? Y sí, me estoy refiriendo a los partidos políticos valencianos. Porque la verdad es que la situación no puede ser menos halagüeña de cara a la segunda mitad de la legislatura y a una campaña electoral a cara de perro, con perdón de los nobles cánidos, que comenzará pasado el verano.

Es evidente que los partidos nacionales -PSPV-PSOE, PP y Cs- siempre se encontrarán en la dicotomía de ser más autonomistas o menos. Y en la nada sutil dialéctica entre permanecer fieles a las órdenes de sus ejectutivas madrileñas o menos. Pero lo que de todo punto le será imposible es no hacerlo de ningún modo.

Dicho con diáfana claridad. Ni el PSPV será nunca el PSC ni el PP la UPN. Yo no digo que esto fuera mejor para ambos o no. Afirmo que semejante forma de ver la política es enajenante y está totalmente fuera de lugar en nuestras formaciones mayoritarias.

El PP, y seguramente esto es lo peor que ha hecho Isabel Bonig, no ha comprendido que no puede enmendarle la plana a Mariano Rajoy, y más desde la oposición en las Corts Valencianes, en los Presupuestos Generales del Estado, ni liarla parda, como se ha liado, intentando que no sea candidato a presidente del partido en la provincia de Valencia Vicent Betoret en favor de Mari Carmen Contelles, para terminar aceptando la segunda gestora, en este caso provincial, que el PP tendrá que llevar a cuestas hasta las elecciones del 2019.

El peso político es enorme y grandísimo, en primer lugar para su actual presidenta y para el futuro del partido. Y es que el que manda en el PP es Rajoy. Y en este momento no hay ningún otro discurso que pueda prosperar en la diáspora popular por muy diáspora que se desease en un principio y por mucha o poca razón que se tenga en el intento de hacer un PP más autonómico y menos marcado por Madrid. El PP es un partido nacional, jerárquico y presidencialista, y no entenderlo así, repito y más desde la oposición parlamentaria, es llevarlo al despeñadero.

Por su lado, el PSPV tiene que librar ahora su singular batalla en pro de Ximo Puig, a quien Pedro Sánchez quiere dar por batido antes de tiempo, probablemente. Es lo que tiene convertir nuestros partidos democráticos en partidas militares de reconocimiento, acoso y derribo de propios y ajenos sometidos, eso sí, al sum sum corda de las divinas palabras: democracia interna, pulso de la militancia, militancia del pulso y lo que se quiera nombrar. Poder sobre poder. Poder contra poder y Dios en la de todos.

Semejante desestabilización por parte de Sánchez hacia Puig en el PSPV tiene una obvia explicación: a Sánchez le importa una higa la Comunitat Valenciana y el futuro, no ya de Puig, sino del PSPV en estos momentos. Porque de lo contrario es inconcebible una operación de acoso y derribo, tras veinte años de oposición y cainismo político socialista, al único gobierno no del PP que ha tenido la Comunitat Valenciana en un cuarto de siglo.

Y no hay remedio porque a Sánchez no le importa esto lo más mínimo, salvo una cosa: el faro monclovita cuyo farero a derribar como sea y cuanto antes es Rajoy, que tampoco está pronto al martirologio.

Y por su lado, Cs indolente, inodoro e insípido en la Comunitat Valenciana. Escaso futuro auguro a sus siglas por cuanto que el partido de Albert Rivera no ha sabido sintonizar con la sociedad valenciana que le viene lejos y muy grande.

Águeda Micó, por el Bloc, aseguraba en una entrevita en este mismo rotativo que lo importante es que Compromís ha venido para quedarse, en lo cual tiene toda la razón del mundo, y que lo importante es eso y no si Mónica Oltra es presidenta de la Generalitat. Supongo que a Oltra le habrá encantado la entrevista a Micó. Incluso ahora que Pablo Iglesias se ha reconciliado con Joan Baldoví en el Congreso y ya no dice del Bloc que es una panda de «conservadores» e «intelectuales», cosa que confieso que me encantaba, no porque la dijera Iglesias obviamente, sino porque, por ejemplo, Pere María Orts habría estado encantado. Y eso son, para mí, palabras mayores que no tengo que explicar.

Y mientras tanto, la ciudadanía atónita al espectáculo trata de seguir con sus vidas y sus haciendas. Escaso futuro tiene la política, en mayúscula, con esta política pautada por las ejecutivas y mal dada en la mayoría de los casos con la democracia misma.

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