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Un burlón de primera

Debió ser con el arranque de siglo cuando me desplacé a Madrid junto a buen puñado de periodistas de medios de todos los confines para asistir a una cita con el entonces secretario general del pepé, Javier Arenas. No sé por qué acudí y no quien verdaderamente estaba al tanto de los múltiples escarceos de la tropa, pero supongo que sería por imperativos del guión. El caso es que, aunque prefiero de largo ir al Español, al Marquina, a la Abadía, al Teatro Real o al Auditorio Nacional a ver otro tipo de interpretaciones, me embargó la curiosidad puesto que los guiñoles exaltaron al máximo la llamativa dimensión del artistazo.

Me presenté convencido de que los aires que se daba el convocante eran pura fachada. Que la diferencia respecto al alter ego que comandó con anterioridad la sala de máquinas en la otra acera sería abismal. Pero no, Arfonzo. Supongo que la mezcolanza dolerá, pero así es la vida. El control que tenía el gachó de los resortes organizativos era de primera. Es lo que imprime el poder y, cuando lo pierdes, el marchamo queda en ná. Y, aunque Aznar tenía aún en lontananza las Azores, por esas fechas se permitía poner los pies sobre la mesa en la recepción dispensada por Bush, su amigo americano. O sea, que la pléyade gobernante estaba que se salía haciendo estragos de mayoría absoluta y el secretario general, que sigue hoy a la siniestra de mister Brey, no iba a ser menos.

En aquella reunión, Arenas demostró conocer hasta el último gato de cualquier territorial por muy escondida que estuviese. A base de un registro de impresión, lo tenía todo aquí. Por eso, y aún siendo más pintureramente taxativo que los Acebes, Oreja y Rato, rebobinas cuando, a preguntas del abogado de Bárcenas le oyes en el juicio de Gürtel «no tengo ni idea» de quién recibía los donativos y, de la «reunión humana que no política» del despido del extesorero con la mujer de éste y Rajoy presentes, asegurar que no recuerda que se hablara sobre cuestiones económicas. Venga, no te hagas de menos, campeón.

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