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El veneno de los arrebatos

Ricardo: «No es bueno dejarse llevar por los arrebatos. Ya sé que el cine y las novelas nos los han vendido como momentos apasionados en los que salen a relucir lo más auténtico de nosotros, pero la vida me ha enseñado, a golpes casi siempre, que las acciones y reacciones que llegan sin una reflexión hecha desde el sosiego y con el pulso bajo control suelen tener un final lamentable. Hay una edad en la que esos fogonazos de carácter tienen una razón de ser, e incluso ayudan a forjar la personalidad por los tropiezos que suelen llevar aparejados, pero alargar ese período de aprendizaje más tiempo del necesario sólo indica una inmadurez tóxica que hará inviables muchos proyectos que exigen tranquilidad y se llevan mal con las precipitaciones. Hay decisiones que requieren un tiempo de cocción exacto, sin gritos ni rajadas destempladas.

No fue así cuando me fui de mi primer trabajo dando un portazo. Me gustaba lo que hacía y lo mandé todo al infierno por una diferencia de criterio que se habría arreglado con una simple conversación en la que mandaran los argumentos, no las palabras de grueso calibre. Y dominado por una extraña mezcla de arrogancia, orgullo y temeridad, me fui. Tardé años en encontrar un empleo con el que sentirme a gusto.

También me dejé llevar por un arrebato cuando me levanté de la mesa en el restaurante donde celebraba mi cumpleaños con mi entonces novia. Tiré la servilleta sobre la mesa, la miré con ojos amartillados por la cólera y di media vuelta con tanto ímpetu que tiré mi silla y mi gesto peliculero me dejó en ridículo. No tardé en darme cuenta de que había cometido un error por culpa de una bobada (de hecho no recuerdo el motivo de mi enfurecimiento, yo era muy dado a enfados infantiloides en aquella época) pero me negué a responder a las llamadas de ella durante semanas. No era una mujer rencorosa, ni mucho menos. Cuando se amansó la fiera marqué su número de teléfono convencido de que mi encanto personal derribaría cualquier barrera que pudiera haber levantado. Pero no contestó. Lo volví a intentar ayer, dos años después, y me contestó un tal Rafa».

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