Además de las 11.000 visitas en un mes, y la obligación de contemplar como una restauración devuelve el esplendor a un edificio fabril, Bombas Gens estimula el proceso cultural valenciano. Bajo la batuta de Susana Lloret, centrada en el proyecto social de la Fundació Per Amor a l´Art, y de Nuria Enguita en la dirección del centro de arte, la renacida fábrica de Marxalenes construye un relato inspirado en su colección, asesorada por el incombustible Vicent Todolí, desde donde salen unas derivadas imprescindibles para bañarse en la modernidad. Es un lujo recuperar a Enguita, una gestora solvente que creció en el IVAM, se consolidó en la Tàpies, brillante comisaria internacional y activa editora. Hay que pasearse por la exposición de Bleda y Rosa, una apuesta fundamentada por Enguita, y por el trayecto de «¿Ornamento = delito?», la primera muestra de la colección propia, para entender la dimensión singular de Bombas Gens.
Lloret y Enguita saben que necesitan tiempo para consolidarse. Algo hecho a la perfección por La Rambleta, que tras su primer quinquenio surge como el centro esencial de la creación emergente, tanto que la próxima temporada resolla energía. Comparte con Bombas dos virtudes, la prodigiosa periferia, ellos en Sant Marcel·lí, y tener a otra gestora tan acreditada como Lorena Palau. La eminente aparición del CaixaForum en el Ágora formará un tridente único, saludable y estable.
Cimentar centros culturales privados con vocación pública requiere destreza, pero cuando las ideas están claras, el éxito viene garantizado. Por contra, para demoler iniciativas públicas tan solo se necesitan unos meses, basta con burócratas teledirigidos desde el sectarismo. Pienso en Las Naves y también en El Musical, dos faros pensados para alumbrar los poblados marítimos, que ahora se debaten en la absoluta penuria. Por no hablar del Teatre Escalante, otrora cuna de esa boyante escena juvenil que creó escuela de dramaturgos y actores.
