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Un president en el alambre

¡A mí los moderados! Si tuviera que elegirse un grito para que España se reinventara con cierta opción de éxito ante su peor crisis política desde 1978, aquellos que apostamos por la evidencia de que la vida se desliza entre una gama de grises, apostaríamos por esta. En sentido aristotélico, aquí falta mucha frónesis, o lo que es lo mismo, esa habilidad para pensar cómo y por qué cambiar las vidas a mejor.

Cumpliendo el guión. Sin embargo nada de esto está ocurriendo en nuestro entorno sino todo lo contrario. Los protagonistas de la historia están haciendo todo lo posible para que seamos más infelices. La política -si hablamos de Cataluña- exhibe ahora sus vergüenzas como consecuencia de años sedimentando desencuentros. Tanto los precedentes -no de ahora sino de años en el conflicto catalán-, el presente y lo que se avizora hasta el 1 de octubre y más allá confeccionan un argumento digno de un thriller psicológico. Mantenía Billy Wilder que todo está en el guión y este es de miedo. Y con un mal guión no se puede hacer un buen final.

Presidente sufridor. En Cataluña -con onda expansiva afectando de lleno a la política valenciana- colisionan el egoísmo con el inmovilismo porque si el soberanismo se salta la ley y las normas, el Estado se obceca en el error: si no podemos cambiar el modelo, cambiemos la realidad. El problema catalán está afectando, incluso, a la dinámica del poder en la Comunitat Valenciana. Así, a Ximo Puig le imaginamos sufriendo para poder ahormar una política coherente en su Consell, atrapado en la diversidad y en la contradicción. La mitad de los altos cargos apoya el referéndum. La otra mitad la ley.

Oltra y Estañ. Al tripartito le surgen a mitad de la legislatura problemas sensibles que muestran los aspectos divergentes de un pacto machihembrado bajo la singladura del Botànic. Imagino al president buscando respuestas, ensimismado ante los lienzos de los «jurats» del Palau, esperando que la providencia le de la talla suficiente o le ilumine para afrontar el desafío del contexto. Sus socios, la vicepresidenta Oltra o el síndico podemita Estañ -ajenos a la moderación y poniéndose tras la pancarta indepe- anteponen sus idearios a sus obligaciones institucionales. Ya les ha sugerido Salvador Navarro, líder de la patronal valenciana, «menos samba y más trabajar», recomendación oportuna para un gobierno muy esclavo de sus primeros impulsos, arrebatos perniciosos decía Tayllerand. Así no se gobierna.

Onda expansiva. En este momento Cataluña influye en toda España pero especialmente en aquellos lugares donde se reproduce el modelo por mimetismo ideológico. No obstante la condición del Consell de Ximo Puig -una criatura bastante poliédrica- le permite estar a bien con todos. El PSOE de José Luis Ábalos se arrima a la ortodoxia rajoyesca mientras altos cargos de Compromís se manifiestan ante la Delegación del Gobierno en València contra la actuación judicial -no política- que ha desmontado la maquinaria de la consulta. Bajo la premisa de que lo único que justifica la revolución es la victoria, los nacionalistas -valencianistas me matizó Baldoví la otra noche- del Consell están dando el callo.

Inestabilidad. Cataluña y su desafío independentista cobran vida como elementos desestabilizadores de la paz de Cavallers pero también los problemas en la justicia -con un incendio nada metafórico del tercer poder- o el impuesto al turismo como trasunto de turismofobia más que como una iniciativa para fomentar la calidad y la excelencia en el sector más puntero de nuestra economía. Es la batasunización de algunos elementos que se sientan en el Ple del Consell lo que seguramente le resta a Puig visibilidad y trascendencia, protagonismo para aportar soluciones a las Españas porque experiencia y «tarannà no le faltan».

¿Hombre de Estado? Así las cosas y ante los 10 días que quedan de septiembre hay que estar muy atento en cómo se comportan las distintas sensibilidades que conviven en el gobierno valenciano porque las costuras de la coalición van a estar sometidas a tensiones de alto voltaje. Compromís y sus líderes se ven en el brete de contentar a sus huestes

-deberían convocar un gabinete de crisis para consensuar posturas, con el Bloc de Morera y Micó, muy activos en la apuesta por el soberanismo- y con Oltra retorciendo el discurso para no decir lo que no debe sin ofender a las bases. Mientras, Podemos, acuciado por las encuestas, comenzará a demarrar y aunque las carreras electorales se ganan cuando la crisis amaina con unas cosas llamadas propuestas, están dispuestos a animar el cotarro. Torea el PSPV en plaza ajena, tratando de moderar el discurso. Lo único que puede consolar a Ximo Puig en este pandemónium es que igual obtiene valoración positiva por parte del electorado más centrado si aparece finalmente como Hombre de Estado.

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