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Alguien ha jugado

En la vida no hay rebobinado, los actos y las palabras tienen consecuencias, etc. Esto deberían saberlo, antes que nadie, los gobernantes. Nosotros, los ciudadanos de a pie, somos gente ingenua. Desconocemos los hilos por los que unas regiones están cosidas a otras.

Tuve de niño un profesor que hablaba todo el rato de lo difícil que es meter la pasta de dientes en el tubo una vez que se encuentra fuera de él. El hombre vivía obsesionado con el asunto, que sacaba a relucir cada dos por tres para advertirnos de que algunas decisiones no tenían marcha atrás. La imagen era muy potente. En el cuarto de baño de mi casa, con el pestillo puesto, llevé a cabo con la pasta dentífrica diferentes experimentos que le daba la razón y que me costaron más de un disgusto familiar. A partir de ahí, y por no salir del ámbito alicatado hasta el techo, probé también a devolver a sus posiciones originales un rollo de papel higiénico desenrollado. No resultaba tan arduo como lo de la pasta, pero el rollo jamás quedaba igual. Retroceder, en fin, era muy difícil en cualquier aspecto. Por eso resultaban tan fascinantes aquellas experiencias cinematográficas en las que se proyectaba una cinta hacia atrás. Veíamos caer y romperse una taza contra el suelo y a continuación asistíamos al proceso contrario: los pedazos ascendían hacia la mesa y se unían como por arte de magia hasta devolver las cosas a su posición original.

¡Qué bueno!

Introducir la pasta en el tubo es tan difícil como meter el miércoles en el martes. El miércoles, una vez que ha sucedido el martes, es inevitable. Por más que lo empujes hacia atrás, él continúa dirigiéndose implacablemente hacia el jueves. Si el martes has cometido un crimen, el miércoles empezarás a pagar por él. Una vez que el pollo ha salido del cascarón no hay forma de devolverlo a su interior. Solo el cine posee esa capacidad para volver atrás. En la vida no hay rebobinado, los actos y las palabras tienen consecuencias, etc. Esto deberían saberlo, antes que nadie, los gobernantes. Nosotros, los ciudadanos de a pie, somos gente ingenua. Desconocemos los hilos por los que unas regiones están cosidas a otras. Ignoramos cómo se cortan y si alguno de ellos, al manipularlo, puede provocar una explosión de gran alcance. Sabemos poco de economía y de política, pero el olfato nos dice que aquí se han dicho y se han hecho cosas a las que resulta muy difícil dar marcha atrás. Alguien ha jugado en el cuarto de baño con el tubo de la pasta de dientes y lo ha puesto todo perdido.

Mala política

Los días políticamente convulsos se caracterizan porque en algún momento alguien tiene que ir a comprar el pan. Quien dice comprar el pan dice hacer la cama o cambiar el agua al canario. Creo que cambiar el agua al canario tiene un doble sentido, pero ahora solo me viene el de cambiarle el agua al canario. Tuve hace años uno al que no le gustaba abandonar la jaula, aunque le dejaras la puerta abierta. A veces él mismo la cerraba con el pico. La realidad, sin los límites de los barrotes, le daba vértigo. Cantaba cuando yo abría el grifo de la cocina para fregar los cacharros. Pero volvamos a lo que íbamos: a la difícil combinación entre la vida cotidiana y la política cuando la política adquiere unas dimensiones exageradas. La realidad política de estos días lo impregna todo, pero si el niño se despierta con fiebre, hay que llamar al médico. Si con fiebre y diarrea, los padres se angustian. De momento, no se le puede llevar al cole. ¿A quién se lo dejamos?

-A tus padres, que no trabajan -dice ella.

-Pero están muy mayores y se cansan -dice él.

-Pues a ver qué hacemos, yo ya llegado tarde al despacho un par de veces este mes.

A lo mejor, en ese mismo instante, Puigdemont está haciendo unas declaraciones importantísimas, que enseguida formarán parte de la maquinaria de la realidad. Pero las ruedas dentadas de la realidad, tan grandes, no siempre coinciden con los diminutos engranajes de la vida doméstica. Mientras alguien coloca una bandera en su balcón, otro alguien está decidiendo la calidad de la madera del ataúd en el que va a incinerar a su padre.

-Este está bien. Total, lo vamos a quemar -dice él.

-Pero con mi padre dentro -dice ella.

La política debería servir para hacernos más fácil la vida cotidiana. En otras palabras, para que, cuando vamos al supermercado, en las estanterías del aceite esté el aceite y, en las de las legumbres, las legumbres. Si no podemos llevarnos a casa las lentejas, mal asunto. Mucha gente, en Cataluña, ha hecho acopio estos días de aceite y legumbres. Por miedo al desabastecimiento. Mala política, la que produce ese miedo.

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