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Sabina rota

Los chopos del balneario se afinan y levantan hacia el cielo en un ascenso quieto en pos de la luz. Al pasar entre sus mástiles, nos regalan una lenta lluvia de hojas muertas como escamas de ámbar. Es una travesía inmóvil tras el vellocino de oro que está en sus propias velas verdiamarillas desplegadas al viento que las despoja. Una mariposa blanca nos saluda revoloteando en torno a nuestras mejillas y aunque hemos visto un precioso bosque de galería con álamos y olmos tan viejos que parecían salidos de un terrible cuento gótico y hemos pasado bajo arcos de rosales silvestres, me fijo, sobre todo, en una sabina desgajada.

No debe de hacer mucho que el rayo o el huracán desgarró esta sabina pues la mitad derribada aún tiene hojas verdes, salvo una rama, con el color chocolate de la muerte consolidada, por donde tal vez se inició el roto a lo largo del tronco. La mitad del árbol en pie sigue vivo sin más, con su pequeña y provisional muerte a cuestas. Ha activado su propia viabilidad como esas personas que perciben un nuevo aliento para su inteligencia y virtud justo cuando empiezan a perder su energía, siempre entre el oído endurecido y Beethoven. Entre la ceguera y Borges.

La piel de la sabina es como un cuadro matérico de Tàpies solo que más inteligente. Su corteza acanalada forma cordones que suben, se enroscan, anudan, convergen o separan. En esta ladera las sabinas se encuentran a gusto, se nota. La joven sabina es una novicia recoleta y cónica, ensimismada y de un verde puro y prieto, como una llama o una gota que cae; luego, en la madurez, se abre como si no temiera a los elementos que, al amenazarle, la configuran. Ramas fuertes, densas al sol; otras, descabelladas y revueltas, enlazadas y torcidas. Aquí, en este rincón aragonés hay sequía aunque el Javalambre regala arroyos que llenan hasta desbordarlos cauces y fuentes. En la senda, las hojas muertas van macerándose en el agua encharcada: fabrican un fermento de eternidad mientras entre dientes de cristal el arroyo sisea una canción, tan poderosa como el corazón de un recién nacido.

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