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¿Avergüenza al alcalde acoger a Caixabank?

Desde la madrugada del 24 de junio de 2016, cuando se conocieron los resultados del referéndum sobre el brexit, los responsables de las principales capitales europeas, a pesar del sentimiento general de que la salida del Reino Unido no era una buena noticia para Europa, se pusieron en marcha para ofrecer sus respectivas ciudades como sedes de las instituciones europeas domiciliadas al otro lado del Canal de La Mancha, en especial en Londres. Algunas plataformas administrativas londinenses, como la City financiera, no son producto de ninguna resolución generada en Bruselas; otras, como la Agencia Europea de Medicamentos, actúan como una agencia descentralizada de la Unión Europea (UE) y también de otros países como Noruega, Liechtenstein e Islandia.

Sin ninguna vergüenza, ni pereza alguna, ciudades como Fráncfort y París se pusieron en marcha para albergar una futura City continental y Barcelona con media docena de capitales se empezó a mover para albergar algún día al organismo encargado de «contribuir a la protección de la salud pública y animal asegurando que los medicamentos para uso humano y veterinario sean seguros, eficaces y de alta calidad en beneficio de la salud pública y animal, dentro de la UE». Desgraciadamente, hoy intuimos que la favorita Barcelona ha perdido algunas posibilidades. Los responsables de estas ciudades no se apenaron por el hecho incuestionable de que los londinenses fueran a perder, debido a una decisión impecablemente democrática de la ciudadanía inglesa, unas instituciones que van a dar oportunidades sin cuento a las nuevas sedes. Ningún alcalde o alcaldesa se avergonzó de proclamar que daba la bienvenida, en nombre de sus ciudadanos, a todo aquello que el Reino Unido acababa de minusvalorar, en ejercicio de su soberanía como Estado.

Siguiendo el proceso por el que los responsables de la antigua La Caixa hayan acabado prefiriendo la ciudad de València frente a opciones igualmente razonables como Madrid o Palma de Mallorca, sabemos que muchos valencianos han trabajado para que ello ocurriera. Quizás, quien con más tesón lo hizo fue el president Ximo Puig, en las mismas fechas en las que muchos empresarios y sindicatos valencianos, como si de una fiesta adolescente se tratara, organizaban una fiesta en Madrid en busca de un corredor ferroviario que dicen debería enlazar Algeciras con el Mar del Norte. No es el momento de materias ferroviarias, sino de defender que algunos de ellos trabajaron para resucitar el edificio de la calle Pintor Sorolla de Valencia. Todo pasó sin ningún papel o colaboración por parte del alcalde de la ciudad. Por no hacer, no ha sido capaz de dar siquiera un mínimo mensaje de bienvenida.

Hace pocos meses, el alcalde si habló de CaixaBank cuando pensó que el edificio de los Docks, junto a la Marina Real, con sus discotecas, era la mejor ubicación para el CaixaForum, el gran contenedor cultural que la Fundación La Caixa ya quería instalar en València, pensando que la propiedad municipal era mejor que el Ágora, responsabilidad de la Generalitat. Que sean otros los valencianos que trabajen temas tan poco izquierdosos y tan desagradables para neonacionalistas como es dialogar con instituciones financieras.

Al igual que ocurre con el brexit, no todos compartimos la decisión británica de salirse de la UE, ni tampoco entendemos el furor independentista que ha marcado las decisiones de la máxima autoridad política catalana. Sin embargo los hechos son inamovibles. El Reino Unido va camino de un nuevo destino, igual que algunos otros intentan hacerlo con Cataluña. Ambos son dos episodios tan desgarradores como reales y ante nuevas circunstancias es obligatorio tomar decisiones y esto es lo que ha hecho CaixaBank. Horas antes de la decisión del banco, les decía que esta era una oportunidad importante en término de nuestra autoestima como valencianos. La venida de CaixaBank no supone necesariamente una lluvia de dinero sobre València, ningún mana bíblico, pero si es una de las mejores noticias que ha registrado la ciudad en los últimos meses.

En este periódico, en los últimos días se han podido leer algunos efectos que esta operación tiene en términos de PIB de la Comunitat Valenciana. Los 1.500 millones de euros que pueden apuntarse con ello en las cuentas regionales dentro de la casilla valenciana (qué gran trabajo ha hecho en pocos días el amigo David Veredas, desde su puesto de trabajo en Bélgica) supondrá más de una décima en nuestro PIB regional. Los ingresos para la Generalitat no se conocen con exactitud, pero todos los que han transaccionado con escrituras, saben del autonómico impuesto de actos jurídicos documentados y ya que hablamos de cosas municipales no despreciemos el incómodo Impuesto sobre Actividades Económicas (IAE) que grava de forma directa la realización de cualquier tipo de actividad económica, tanto de personas físicas como jurídicas, gestionado directamente por los ayuntamientos. Las simulaciones fiscales no son ni tan fáciles, ni tan lustrosas como las publicadas en el caso del PIB, pero el efecto cadena dice que no son despreciables.

Seguramente al alcalde Joan Ribó le ha podido el exquisito progresismo nacionalista que tanto se practica en estos tiempos. Su clamoroso silencio de estos días se podía adivinar tras los tuits de su compañero de Compromís y diputado de Les Corts Josep Nadal diciendo que el Banco de Sabadell no era bienvenido a Alicante. ¡Cuánto postureo progre puede admitir una izquierda realmente progresista! Desde la modestia: «CaixaBank, benvingut a la ciutat de València. Treballem junts en aquests temps tan difícils».

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