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España, pendiente del 21D

Los que ninguneaban el conflicto catalán, o incluso decían que Cataluña era una autonomía más y negaban la conveniencia de cualquier asimetría -que Euskadi y Navarra tienen-deberían reflexionar. Ahora todo está paralizado a la espera del resultado de unas elecciones catalanas que se presentan inciertas y no es seguro que resuelvan el problema. Confundir los deseos con la realidad -por parte del secesionismo catalán y del nacionalismo español- han llevado a Cataluña y a España a un endemoniado laberinto.

El Gobierno de Rajoy está a la espera de aprobar los presupuestos del 2018. Necesita el apoyo del PNV que Urkullu no podrá dar si el laberinto catalán no se despeja. Y de los presupuestos dependen las expectativas y el crecimiento del PIB. El PSOE está paralizado en su labor de oposición, aunque apuesta por rentabilizar el sentido de Estado demostrado al apoyar la aplicación del 155.

Todo lo contrario de Podemos, que nota la erosión de Iglesias, que no se debe solo a la crisis catalana. La agitación verbal tiene límites. Rivera capitaliza en las encuestas la reacción airada de España contra el separatismo pero constata que el pacto -siempre difícil- entre el PP y el PSOE sigue siendo clave. Como mínimo ve contento que, al menos en las encuestas, se va confirmando como el tercero en discordia.

Pero lo relevante será lo que digan las urnas el 21D. En el Parlament anterior, el independentismo superaba, con 72 diputados, la mayoría absoluta de 68 escaños. 62 eran de la coalición Junts pel Sí y 10 de los antisistema de las CUP. Ahora, el independentismo admite errores -el principal declarar la independencia sin tenerla preparada- y está más dividido que antes, ya que ERC se presenta por su cuenta mientras que el PDeCAT patrocina una lista Puigdemont, mientras las CUP siguen a la suya.

El secesionismo rectifica poco. Si las tres listas independentistas retienen la mayoría absoluta, lo más probable es que siga el bloqueo político. Primero, porque, pese a sus graves diferencias pueden volver a coaligarse, aunque sea de forma más inestable. Segundo, porque, aunque vienen a admitir que con el 47,8 % del 2015 no tenían mayoría suficiente, no presentan un programa diferente de futuro y no hacen ninguna revisión de fondo sobre su gran fracaso: el éxodo empresarial y la ausencia de todo reconocimiento internacional. La internacionalización del conflicto -en la que tanto invirtió la Generalitat- sólo ha servido para que Jean Claude Juncker, el presidente de la Comisión Europea, hablara en Salamanca del «veneno del nacionalismo».

Si el secesionismo suma es casi seguro que volverá a las andadas, ya que en sus listas no se percibe ninguna nota revisionista. El PDeCAT ha abjurado de su líder más moderado -Santi Vila, que dimitió por oponerse a la declaración de independencia- y se ha puesto a las órdenes del maximalista Puigdemont, que lleva de segundo a Jordi Sánchez, el activista de la ANC encarcelado por la jueza Lamela. No hay rastro de inflexión y parece que el único objetivo de la antigua Convergència (CDC) sea competir en populismo nacionalista con ERC y conseguir más votos para evitar quedar subordinados a los republicanos.

Y en ERC se percibe un encastillamiento, ya que Oriol Jonqueras propone como presidenta de la Generalitat -si ERC es el primer partido y él no puede asumir el cargo- a Marta Rovira, la secretaria general del partido, que pese a ser su fiel escudera se plantó tras el 1 de octubre exigiendo, a Puigdemont y a Jonqueras, no dar ningún paso atrás en la declaración de independencia. En estas condiciones -lucha intestina y más radicalización que revisión- es probable -pero no seguro- que el separatismo pierda la mayoría absoluta. Pero las encuestas dicen que, aunque el separatismo pierda la mayoría, será muy difícil que los tres partidos constitucionalistas -PP, Cs y el PSC- puedan formar una mayoría alternativa. La llave la tendría la coalición de los comunes de Ada Colau y Podemos, con el pragmático Xavier Doménench como primero de lista.

¿Habrá fenómeno Iceta? No parece que los comunes ni el PP, vayan a subir mucho. Por el contrario, Cs (25 escaños ahora) y el PSC (16) tienden ligeramente al alza, aunque esta corriente se puede incrementar si el secesionismo no logra taponar la desconfianza y el desencanto que afecta a parte de sus tropas. Sus subidas debilitarían al independentismo, pero además se percibe un fenómeno novedoso que podría alterar las previsiones. Y es que Miquel Iceta ha incorporado a la lista del PSC a personas democristianas provenientes de Unió Democrática de Catalunya, el partido que estuvo coaligado con CDC hasta que Artur Mas abrazó el independentismo. Y la incorporación del catalanismo moderado -Ramón Espadaler, que va de número tres en la lista socialista fue conseller de Mas hasta la radicalización de CDC- está haciendo más transversal la candidatura de Iceta, que podría sumar a los votos socialistas los de un sector de las clases medias que tradicionalmente desconfiaba del PSC y votaba a la CDC centrista y pragmática de antes.

Iceta y Espadaler repiten que ahora las diferencias entre democristianos y socialdemócratas no son relevantes porque la única clave de estas elecciones es el rechazo a la independencia y el objetivo de más autogobierno. Una parte del empresariado catalán cree que el éxito de Iceta el 21D ayudaría a desbloquear la situación ya que el candidato socialista -que apoya el pacto constitucionalista de PP, PSOE y Cs en Madrid- repite que en Cataluña la política de frentes, de bloque contra bloque, no es la solución. Además, apuntan a que su carácter pactista y sus contactos en Madrid -no sólo Pedro Sánchez y el PSOE, sino también la relación tejida con Soraya Sáenz de Santamaría- podrían facilitar pasos tangibles hacia una relación menos tensa entre los dos gobiernos.

No se descarta la repetición de elecciones. Pero no son unas elecciones normales. De aquí al 21D pueden pasar muchas cosas y luego lo más probable es que la elección del futuro presidente catalán sea laboriosa. No se descarta incluso que las elecciones -con siete partidos o coaliciones en liza-arrojen un resultado tan complicado que obliguen a su repetición. Como ya pasó tras las legislativas españolas del 2015. En este caso, la política española acumularía un tiempo excesivo de parálisis. Primero, por el paso de dos a cuatro partidos en España y las siempre difíciles relaciones PP-PSOE. Luego, por la crisis catalana que se arrastra desde antes de la sentencia del 2010 sobre el Estatut.

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