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¿Vivimos días de vino y rosas?

Arranco con la pregunta del titular de este Prisma: ¿Vivimos los valencianos días de vino y rosa? No sería bueno creerlo. Porque la gran película de Jack Lemmon terminaba en una dramática metáfora del presunto morir de éxito americano de los sesenta. Y no está la cosa para tragedias añadidas al duro bregar cotidiano. No, no lo creo, los valencianos no estamos viviendo un otoño de vino y rosas pero tampoco un desierto sólo repleto de espejismos y falta absoluta de perspectivas políticas, sociales y cívicas.

Con independencia de que la manifestación del pasado sábado fuera un éxito, como aseguran los convocantes, o un fracaso como gustan de repetir los ausentes, lo cierto es que fue, y eso ya es bastante. No representó a toda la sociedad civil valenciana, había una gran concentración de nuestra actual clase política, pero tampoco dejó de hacerlo del todo y no estuvo todo el espectro político por razones tan claras como anodinas. Unos querían y podían estar, y estuvieron, otros quizá lo desearan pero no podían o no quisieron poder, y por eso no estuvieron. Es así de sencillo y no cabe darle más vueltas porque no las merece tampoco. La política valenciana da para lo que da. Ni más ni menos.

Ahora bien, es cierto que la visualización del problema valenciano no le ha salido mal al gobierno del Botánico. Cierto que también se utiliza con demasiada frecuencia como un mantra que oculta carencias de gestión, rupturas internas y desalojos fuera borda en demasiadas ocasiones, pero el que esto sea así no descalifica de modo absoluto ni mucho menos el hecho de intentar poner sobre el tapete de la financiación del Estado, es decir, de sus comunidades autónomas, a la Comunitat Valenciana.

No hay que olvidar que todos los actores de la política valenciana están en el fondo de acuerdo en que dicho asunto hay que resolverlo. Y se resolverá. El problema es que hemos llegado en un momento particularmente agudo y convulso en la vida pública española. Cataluña lo es todo. Y lo seguirá siendo después de las elecciones del 21D porque dependiendo de su resultado, que presumo similar, podría activar la espoleta de unas elecciones generales.

Con este panorama desde el puente, yo creo que lo sensato sería apretar el acelerador y tratar de tener encauzado el problema de nuestra financiación, ahora ya en los despachos sí, antes de enero. Desde luego, antes de la primavera. Por ello estimo que están de más los reproches de parte y partido hacia las posiciones políticas de unos u otros, aunque éstas sean imposibles de no darse y no mantenerse a escote. Falta poco para las elecciones autonómicas y las quiebras en lo común serán mucho más fuertes de lo estrictamente conveniente. El ejemplo lo hemos tenido en la aprobación de la Ley de Acompañamiento presupuestaria en Les Corts Valencianes esta pasada semana. Cuando se tiene que echar mano del grupo mixto o de no adscritos es que las cosas no andan lo suaves que deberían caminar para el tripartito que gobierna la Generalitat y cuando la oposición del PP precisa de nuevos manifiestos a firmar por parte de las partes contratantes es que tampoco está especialmente contento con el papel político que le toca jugar por motivos tan obvios que no vale la pena mencionar más de lo necesario, cosa que, desgraciadamente ya harán aquellos que para eso cobran.

No obstante, a todo ello hay gentes en nuestra política que sí creen en que el momento valenciano es dulce. Lo cree el conseller Vicent Soler, lo creen en sectores importantes de Compromís, esos que ya no dudan en ponerse la senyera en la solapa o en no votar el cupo vasco en el Congreso de los Diputados, cosa que por motivos políticos obvios no harán ni los socialistas ni los populares valencianos, lo creen en amplios sectores del PPCV. Es bueno que eso ocurra. Y yo me sumo a la ilusión de que suceda. Siempre he estado a favor de un valencianismo común. Que pueda ser aceptado por todos y que sirva a los intereses vertebradores y de autoestima que tanto precisa la Comunitat Valenciana desde hace años y años. Nuestro autogobierno fue un hito. Lograr que nuestra autonomía no fracase es otro. No, no hablo de gestas, pero sí de gestos. El mío es claro: siempre al lado del pueblo valenciano en todo aquello que lo haga ser más y mejor sujeto político consciente de sí mismo y valedor de su propia historia asumida.

No, no son días de vino y rosas. Pero son días de estímulo y esperanza. Los valencianos merecemos despertarnos de una siesta del fauno que dura tres siglos. Y los movimientos sociales, históricos, culturales y políticos son lentos. Pero han de fraguarse aunque la gestión pública de lo urgente y lo diario pueda ser rocosa y un fiasco en muchas ocasiones y la aspereza parlamentaria parte de un guión previsible en las fechas del año en las que nos vamos situando.

Lo importante es que deseemos ser valencianos. Y que busquemos mucho más la unidad que nos representa a todos que las diferencias, legítimas, que separan cotidianamente el discurrir de nuestra política. Alguna vez también debe ser nuestra hora. ¿Por qué no ésta?

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