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Desaladora oxidada

Cuentan los más viejos del lugar que aquel chico que jugaba al dominó con los parroquianos de Quintanilla de Onésimo, que hasta a presidente del Gobierno llegó y que luego se volvió loco (se creía Felipe II), ese chico, era contrario a los trasvases porque, decía, Dios había dispuesto los ríos según su santa voluntad. Luego, una vez en el gobierno, Josemari Aznar recomendó los trasvases como los dietistas la fibra. Alguien le había convencido que grapar Cataluña a España mediante un trasvase del Ebro era un seguro contra aventuras secesionistas. Ya hemos visto que no ha sido así y que, de secesionismo, hemos tenido en las tres comidas del día y hasta en cómodas raciones de refuerzo.

No es buena idea trazarle un camino a la realidad y empeñarse en que se encarrile por él. Fue entonces cuando, además de dar la vara con los trasvases -que no querían ni maños ni catalanes- se emprendió una colosal obra de demolición contra la ministra Cristina Narbona por planear un buen numero de desaladoras. No es que yo sea un entusiasta del agua desalada, prefiero la Vichy Catalán, pero para tareas menores, abluciones y riegos, ya vale. No conocíamos del todo, entonces, el grado de sobreexplotación del Ebro, pero sabíamos, en cambio, con absoluta certeza, que a un ciclo de lluvias benignas, le seguiría otro de sequía. Estamos en uno de ellos y es más feroz que el anterior y mucho más que el precedente. Y don Mariano, de siesta y discursos patrióticos.

Pero como las desaladoras se hicieron con desgana, sólo para que el sindicato del cemento tuviera donde morder, más tarde que pronto y sin mantenimiento, ahora echan un chorrito como el Manneken Pis (que se ha hermanado con Puigdemont), tienen conductos y llaves oxidados, la tecnología desfasada (ya podrían ser todas eólico-solares) y poco aptas para asegurar aquello para lo que fueron diseñadas: el suministro regular y abundante. Tampoco tenemos agua para l´Albufera y como el gobierno agusanado se resiste a incluirla en su cuenca natural, que es la del Júcar, algo tendremos que concebir. Y ensayar algún gesto inamistoso.

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