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¿A los micrófonos o a las barricadas?

Predecir es muy difícil, especialmente si se trata de futuro. Parafraseando a Einstein, a estas alturas es un atrevimiento intentar hacer un presagio de lo que deparará el devenir político en la Comunitat Valenciana aún a riesgo de contradecir a Antón Costas. Del preclaro economista y escritor gallego/catalán he aprendido esta semana que en economía no es lo mismo el riesgo que la incertidumbre y, no obstante, lo que no tengo tan claro es que la socialdemocracia -como mantiene- esté tan en franca decadencia según asegura en su nuevo libro, «El fin del desconcierto».

Desgaste. Del maridaje a tres en el Gobierno valenciano, dos de los partidos que sostienen al Consell sufren más el desgaste que el PSPV y afrontan el año y medio escaso que resta para las elecciones de 2019 con suerte pareja. Compromís anda en un suave declive debido a la crisis del nacionalismo -acelerado precisamente por el conflicto catalán- y Podemos no logra revertir su invisibilidad ni a base de hacer de quintacolumnista en el propio régimen botánico. Los primeros se han volcado en la propaganda. Los segundos se han apuntado a la rebelión. Micrófonos y barricadas pues.

Oltra de puente. Con Mónica Oltra camuflada en su entorno y borrada de la campaña catalana, exhibiendo trazas de incompetencia en la crisis de Livermore, «hortalizando» la ciudad y «ruralizando» las artes, a lo único que debería aspirar Compromís es a no cometer muchos más errores y sin embargo margen para el estropicio, haylo. Y sólo hay que poner el oído, por ejemplo, al relato al que piensa abandonarse este Consell sintonizando el dial de la nueva radio pública. Puede que de este fenómeno de agorafobia política -miedo a salir a la plaza- se derive eso que denuncia la oposición: «están de puente». Efectivamente, el ejecutivo opta por la pereza quizás presumiendo que quien no se mueve no se equivoca.

Estrella política. No obstante, hay que reconocer que en este sindiós brilla con luz propia el Molt Honorable Ximo Puig o cómo, desde posiciones de centralidad reivindicativa, se puede terciar en el debate sin centrifugar el discurso. Y a eso vamos. La pregunta que cabe hacerse a continuación es ¿está ejerciendo pues Puig de nacionalista sin serlo?

Turbulencias. Ximo Puig, un President contra pronóstico, está sacando partido de gobernar con un bipartito de lealtades «acordeón», que se cohesiona más si cabe ante la desafección evidente del tercer socio del Botànic, que no es otro que Podemos. Con los Presupuestos de la Generalitat de 2018 en la cuerda floja -esta semana la pinza entre Ciudadanos, Partido Popular y la formación de Antonio Estañ consiguió impedir la subida de sueldos de los cargos públicos- todo parece reforzar la centralidad reivindicativa de Puig, alimentada por ese socio podemita que arrecia en su actitud de exigencia conyugal.

Noqueados. Con Podemos en el rincón y su mohín infantil, los socialistas también han puesto sordina a Compromís. La coalición, consciente de que no puede prestar mayor protagonismo a Podemos -pues participan del mismo bebedero de votos- cierra filas con el PSPV, aunque sea a su pesar. Y como no estamos solos en el planeta, esto se produce en el contexto post procés. Es en este escenario cuando un President no nacionalista puede resultar más efectivo -merced a una centralidad reivindicativa- que los propios nacionalistas, que en el caso valenciano andan replegándose sobre sí mismos en las catacumbas del Bloc y los mullidos despachos públicos en los que han logrado recogerse.

? Centrado. El gran éxito de Puig ha consistido en erigirse en elemento central haciendo crecer los extremos. En este momento, en el panorama político valenciano, el centro parece ocuparlo -aunque parezca una rareza- el PSPV. Le flanquea en el extremo izquierdo Podemos y ese Compromís comprometido con el aldeanismo y el insulto «a los de fuera» -Plácido Domingo-. Y en el flanco derecho -peligro- por Ciudadanos o el Partido Popular a no ser que estos últimos empiecen a virar hacia un discurso más transversal.

No romperán. Dicho esto, y pese a las hostilidades internas, el tripartito no romperá y aguantará hasta el día de reflexión de los próximos comicios. Tanto Compromís como Podemos saben que no pueden estirar la cuerda hasta el infinito para ganar votos de la izquierda porque tienen por delante -si quieren- mucho poder y también modulan su discurso en cuanto echan la vista atrás y observan la hegemonía popular que gobernó esta comunidad durante más de dos décadas. Cada vez que sale a la palestra Paco Camps aprietan las filas. En cualquier caso, de la experiencia valenciana de gobierno, constructiva, no excluyente y federalizante, se concluye que el nacionalismo parece cada vez más viejo -Puigdemont parece Matusalén- y que otra forma de plantear la queja puede resultar mas efectiva, a la par que estética.

«Dumping»

Una de las cosas que denuncia Ximo Puig es la asimetría del modelo, que está creando una España de dos velocidades. Esto supone, de facto y en cuanto a impuestos, la existencia de «paraísos fiscales» dentro de nuestro país. En el caso vasco, Euskadi ha logrado reducir el tipo de Sociedades que pagan las empresas del 28% al 24%; un punto menos de lo que se paga en el resto de España. En el caso de las Pymes se rebaja del 24% al 20%. El caso de Madrid es «más sofisticado». A Cristina Cifuentes la acusan de «dumping» fiscal, o competencia desleal, bajando los impuestos a los nuevos madrileños y a las empresas que allí se refugian hasta un mínimo que el resto de autonomías no pueden permitirse. La CV, a causa de su debilitada situación financiera, no puede competir con Madrid en la reducción de impuestos que benefician principalmente a las empresas y a las clases medias y altas. Y además, Madrid está claramente privilegiada por las comunicaciones, el hub aeroportuario, el AVE y las autopistas gratuitas. Por no hablar de las radiales sin coches que también vamos a pagar entre todos. Con lo que se han reído del aeropuerto de Castelló.

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