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Genio, acoso y silencio

Cuarenta años después de su muerte el mundo recuerda y celebra a Charles Chaplin. Fue un creador genial que fundó una expresión artística -él mismo- y se ha convertido quizás en el mayor icono de la cultura popular cinematográfica, pero siempre he pensado que nada puede compararse a la risa, el consuelo y la diversión que ha significado para muchos millones de personas desde los años de la I Guerra Mundial -cuando creó a Charlot- hasta hoy.

En las apresuradas notas biográficas del aniversario nadie menciona, por supuesto, que Chaplin era, según muchos de los que lo trataron, un cabronazo de cuidado, un egomaníaco arrasador y un pesetero excepcional. "El tipo más inaguantable que he conocido", escribió Marlon Brando, para el que trabajó en una película fracasada, La condesa de Hong Kong. Lo peor del Chaplin íntimo no era eso, por supuesto. Lo peor era su incansable actividad de depredador sexual especialmente interesado por las adolescentes.

No vale insistir en asuntos muy conocidos y en su momento divulgados por los mejores biógrafos de Chaplin. Recordar apenas que bien cumplida la cuarentena el cineasta -ya celebérrimo, millonario y poderoso -dejó embarazada a Lita Grey con 16 años. Se casó con ella enseguida, para evitar el escándalo, aunque el matrimonio duraría poco.

Es perfectamente posible que Chaplin abandonara Estados Unidos por temor a que el Gobierno federal -que lo perseguía por sus simpatías izquierdistas- sacara a la luz la abundante información que había acumulado sobre su vida sexual: quinceañeras, abortos, malos tratos, amenazas, complicidad clientelar con redes pedófilas. Encarcelar a Charlot por comunista era complejo y arriesgado; montarle un proceso como corruptor de menores -así se llamaba entonces- era mucho más eficaz, sobre todo, si se disponía de pruebas concluyentes. Y Chaplin huyó.

Muchos hombres famosos en el mundo del espectáculo huyen actualmente al exilio definitivo de la condena social. Y campañas inspiradas en el Me Too comienzan a organizarse en otros ámbitos profesionales y empresariales. A menudo nos sentimos invadidos por una oscura pesadumbre cuando los acosadores son hombres que admiramos y cuyo talento nos ha deparado sorpresa, emoción, admiración compasiva, deslumbrante conocimiento. Es impactante y doloroso, pero debemos aprender que la eminencia intelectual no repele la mezquindad, el anhelo y el abuso de poder, la violencia o la vileza.

No me refiero a las convicciones ideológicas -los artistas que en el siglo XX cantaron entusiásticamente las profecías fascistas o comunistas- sino de algo más íntimo, central y miserable: la imposición de la voluntad individual desde una impunidad exaltada, aplastante, engolosinada consigo misma. No podemos ni debemos renegar de las aportaciones de Spencer Tracy, Chaplin o Kevin Spacey. Pero no puede servir de excusa, máscara o disculpa de sus villanías.

La Asociación Aspacia, en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense, ha abierto un correo electrónico para que las alumnas cuenten sus experiencias de acoso sexual. Es uno de los capítulos más silenciados de las universidades españolas. Me pregunto lo que ocurriría si se mimetizara una iniciativa semejante en todas las universidades españolas. Si alumnas y exalumnas comenzaran a hablar de profesores de ciencias y de letras, catedráticos y asociados, de izquierdas y de derechas, que nunca encontraron nada reprochable en mezclar placer y docencia (o quizás viceversa) durante cuatrimestres, durante cursos, durante décadas. Pigmaliones sarnosos y amiguitos del sobresaliente con esfuerzo. Porque estoy convencido que esa información dejaría pasmados a muchos y cubiertos de vergüenza a otros tantos en el mundo académico, político y empresarial.

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