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El PPCV en su agujero de gusano

La corrupción ha amortizado su efecto electoral pero arranca una semana dolorosa para el PPCV, que sigue sin rumbo claro

Desde hace bastantes años paso parte de mis navidades en Cataluña. El otro día, después de la nochevieja, un simpatizante catalán del partido de Albert Rivera me dijo: «aquí Pujol les roba y les da igual». Lo que no entiende mi amigo, parroquiano de la «nueva política» y rara avis en El Pallars, es que donde él ve corrupción otros ven la obediencia de vida de Galtieri o Tejero, observan un bien mayor al de la ley y, contra eso, sobran la ética y otras gaitas. La malversación -delito por el que medio «star system» indepe está en prisión- se convierte en legítima y aparece pues como un mal necesario para escalar cumbres más altas y así, la política pierde sus valores para convertirse en un auténtico lodazal moral. Este escenario permitiría malversar fondos para hacer trampas en las elecciones, por ejemplo, para pagar la tele de les Magues o para subvencionar «fiestuquis». Todo sea por un bien superior.

Corrupción. La corrupción del PP, la probada y condenada, se produjo bien porque los reos se sentían mal retribuidos o porque la obediencia debida al partido les obligó a subvertir la ley. Un conocido empresario del ocio y también amigo me contaba el otro día una anécdota según la cual un alto cargo popular muy destacado y que dormirá pronto entre rejas, al comentarle que tenía un bonito proyecto que requería su apoyo, le dijo que si no había un «separtao» para él -como dicen en Murcia-, pues que mejor ni fuera a verlo.

Agujero de gusano. Pasado mañana la presunta corrupción del antiguo PPCV volverá a las portadas y el partido a su agujero de gusano, esos túneles galácticos que cuenta el cine y que se sabe cómo se entra pero no cómo se sale. El Gürtel valenciano -el tal Correa ofreció un aperitivo- es realmente plomo en las alas para el partido de Isabel Bonig, que patronea un velero que de repente puede quedarse sin viento justo cuando comenzaba a ayudarse de cierta brisa.

Amortizado. Y, sin embargo, para desesperación de muchos, los casos de -presunta, insisto- corrupción que afectan a los populares valencianos ya no les quitan más votos. La dilatación en el tiempo de las causas judiciales -su tempo es el de las garantías procesales y el de las cautelas- no coincide con el relato periodístico -su bucle se consume pronto- ni con el político: la petición de ilegalizar el PP que ha lanzado la socialista Ana Barceló auspiciada por sus jefes no se sostiene.

Ilegalización. La exigencia de ilegalizar un partido hegemónico sin estar todavía condenado por un tribunal es un tic chavista. La consellera de Justicia Gabriela Bravo, que no es una párvula en materia jurídica y además es fiscal, no tenía respuesta el otro día en un encuentro con periodistas -o lo fue su mutis- para intentar explicar la boutade de sus compañeros.

Bonig. En cualquier caso, el relato judicial y el debate político parecen ya realidades autónomas que llegan a producir en la ciudadanía la desafección y el hartazgo. En estas circunstancias, ¿qué ha de hacer la presidenta Bonig para no perder apoyos y llegar a la cita electoral de 2019 con ciertas opciones? ¿qué está haciendo para desmarcarse de un pasado tan reciente?

Rendición. Pues qué quieren que les diga, poco. Personalmente veo al PPCV tirando la toalla, enfilando la circunvalación que les lleva a las elecciones de 2024, renunciando a los comicios autonómicos y municipales próximos. Veo a los populares perezosos en la búsqueda de un relato transversal, vetando talentos nuevos y arrastrando los pies en la búsqueda de candidatos «local hero» que les saquen del laberinto. Su preocupación por el sorpasso de Ciudadanos es más que justificada. Y en unas elecciones que se ganarán «a los puntos», sin KO por ningún bando ¿dónde podrían sin embargo arañar los sufragios que les permitirían aguantar el tirón naranja? ¿Cómo conservar la firmeza identitaria sin abandonar el indispensable caladero del centro político?

Nervios. El nerviosismo del PPCV es razonado. Sólo hay que escuchar a los militantes, a sus votantes de siempre. El otro día me lo decía uno de ellos, de los de toda la vida. Mi amigo está pensando en cambiar el voto y votar a Cs porque «el PP no hace política, no tiene un proyecto económico, no es liberal, nos fríe a impuestos y no van contra el aborto. ¿Para qué están pues?».

Méritos botánicos. Y eso que el Botànic hace méritos, no se lo pone muy difícil porque da pruebas de que los viejos vicios de la política de siempre no cambian, sólo se transforman. Adjudicaciones a dedo, amiguismo, ayudas a medios independentistas, ofensas a los creyentes -lo de las medias lunas en iglesias castellonenses es de chiste-, manipulación de las instituciones públicas y un sectarismo en casos muy sonoros no son prácticas que, por más frecuentadas, estén perjudicando las expectativas electorales de los partidos que sustentan a Ximo Puig, según el «tracking» vigente.

PASEOS POR MALASAÑA

Y mientras Mónica Oltra y Pablo Iglesias de pinchos por Malasaña, diseñando la estrategia para disputar a su verdadero rival -Ximo Puig- la presidencia de la Generalitat en 2019. Seguro que en sus repetidos paseos analizan esa posibilidad o, también, su salto a la política nacional. Con su indudable habilidad para la pulsión escópica, la vicepresidenta y consellera de Políticas Inclusivas ha acentuado su presencia nacional después de las navidades. Sin embargo a Oltra le ha salido un competidor. Sólo Joan Baldoví, docente y destacado -de momento- en Madrid, cultiva la corrección política, la misma que exige a sus rivales cuando se tercia en un debate. Por eso seguramente ha logrado ser calificado como el político más valorado. Virtudes que, sin embargo, no practican algunos colegas de coalición ni -naturalmente- sus trolls en las redes sociales.

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