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Tremendo

Maldita violencia de género. Es como la mala hierba, crece y no se detiene ni ante el rechazo de la sociedad ni ante las penas que impone la Justicia, no lo suficientemente contundentes. Testimonios hay, tan sórdidos, tan vejatorios para la dignidad de la mujer y de cualquier persona que se precie, que resulta difícil creer que situaciones así se vivan en pleno siglo XXI. Todo ha evolucionado menos eso. La mujer sigue siendo o propiedad u obscuro objeto de deseo para toda esa gentuza que, dentro y fuera del hogar, se ha creído con derecho, no ya de pernada, que también, si no a decidir si la mujer vive o muere.

Resulta tremendo saber que al menos una mujer cada día se ve obligada a dejar su puesto de trabajo en España por su condición de víctima de violencia de género. Es que ni siquiera puede desarrollar su profesión. La bestia de que se trate está al acecho y el abandono es lo más aconsejable. Lo inaudito es que con órdenes de alejamiento, algunos de estos energúmenos burlen todo lo burlable y puedan acceder a su víctima para perpetrar lo que en verdad quieren: acabar con su vida.

Las cifras no pueden ser más elocuentes. Entre 2013 y 2017 se firmaron en España 1.395 contratos de sustitución de mujeres víctimas de violencia machista, lo que viene a representar una media de algo más de un caso durante cada uno de los 1.825 días que transcurrieron en ese lustro. Eso implicó que alguien, bien hombre o bien mujer, ocupara el lugar de trabajo de 1.395 mujeres que ya no pudieron seguir en ese empleo. Vuelvo a decir, es tremendo. Es desalentador. Es desmedido. Ese hecho condiciona la vida de las víctimas. Y nadie en una sociedad que persigue la igualdad tiene derecho a condicionar la vida de otra persona.

Y mientras las estadísticas revelan esta cuestión relevante, las mujeres siguen cayendo víctimas de sus parejas, ex parejas y acosadores. Figura esta última que está cobrando fuerza. Los acosadores también realizan su desagradable misión, casi siempre con resultado de violencia y de muerte. Y algo hay que hacer. En primera instancia tratar de aprender a detectar los signos, ante el silencio de las víctimas, de la violencia verbal o física que puede estar ejerciéndose contra ellas. Son tan sutiles esas señales que a veces cuesta identificarlas. Sí se sabe que las mujeres que sufren maltrato faltan más al trabajo, están como asustadas y bastante retraídas. Y las empresas deben saber manejar este tipo de situaciones. Y denunciar. Hay que denunciar siempre. Aunque no siempre la denuncia acaba con el problema. Lo hemos visto en un buen número de casos. Si el salvaje, que siempre está al acecho, quiere consumar lo que pretende, buscará cualquier resquicio, se saltará a la torera lo que sea, pero acabará perpetrando su fechoría.

Por eso no hay tolerancia que valga. No hay perdón que valga. Firmeza y contundencia por parte de las autoridades policiales y judiciales.

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