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De nombres y cosas

Para los no iniciados en ritos nacionalistas, puede parecer una extravagancia la formación de un gobierno de la Generalitat, en el Parlament de Cataluña y, al tiempo, de una entidad simbólica, una presidencia preternatural en el cielo emborronado de Bruselas, en torno al huido Carles Puigdemont. El gobierno, en París; la Corte, en Versalles (así se llama una serie de la tele de pago con mucho sexo), como en los tiempos en que Francia y España eran patrimonio de Luis XIV o de Felipe II. Pero no es una extravagancia -no sólo-, sino una verdadera palanca de poder político, con una larga tradición.

La palabra más cara al nacionalismo no es independencia, sino traición. El astuto Artur Mas descubrió cómo podía frenar la pérdida de votos de su partido y sujetar, al tiempo, a la ascendente ERC: con la candidatura unitaria o batiburrillo Junts pel Sí. Oriol Junqueras, muy razonablemente, se resistía, pero como es devoto, le mandaron un cura para convencerle, con la amenaza añadida que, de no transigir, sería presentado como un traidor a Cataluña. Tras la maceración, llegó el parto. Y las risas de los patricios del PDeCAT por lo fácil que había sido llevarle al huerto. Luego, cuando Puigdemont quiso usar la convocatoria de elecciones como única salida a su atolladero, fueron los republicanos quienes le llamaron traidor («per 155 monedes») mientras que ahora los del PDdCAT vuelven a usar la palabra arrojadiza -«traïció!»- si los de ERC vuelven a decir que el emperador Puigdemont está desnudo.

La Generalitat no es una institución milenaria del mismo modo que España no la hicieron los visigodos, como sostiene César Vidal. Que las instituciones catalanas tomen un nombre con tanta solera es del todo legítimo, siempre que no se olvide que proceden de la Constitución y el Estatut. También hubo mucha astucia en el retorno de la Generalitat en el exilio de Josep Tarradellas. La gente tenía una causa legitimista con la que andar entretenida y se creaba un referente conservador para disolver, desde dentro, la hegemonía de la izquierda catalana, entonces apabullante.

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