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Alfons Garcia

Festival benéfico por los presos

Ojeras, camisa de cuello descubierto, pelo reciamente engominado, chaquetilla corta y sin su principal atributo, el que le dio el mal nombre del que reniega airado (a un periodista «malnacido» lo atribuye). Álvaro Pérez Alonso, más conocido como el Bigotes desde que Gürtel entró en nuestras vidas, parecía ayer un torero en horas bajas, a los que solo llaman ya para festivales benéficos. El de ayer en el Congreso debía ser para auxilio de la población reclusa, a la que pertenece ahora y sobre cuya penosa situación insistió hasta cuando el presidente de la comisión le cedió la última voluntad. Él guarda su «tercer testamento» para Juan Cotino. El Bigotes, que ha demostrado sobradamente su capacidad para congraciarse con el entorno, encuentra ahora amiguitos del alma en la sombra. «La memoria es débil y vas olvidando el rastro de algunas personas», dijo para justificar que muchos poderosos ya no se acuerden de él. Fue la declaración más filosófica que dejó en el Congreso de los Diputados. Ya quisiera parecerse a Jean-Louis Trintignant, pero Pérez quiso ser como el protagonista de El conformista, de Bertolucci, solo que en plan jovial, castizamente cachondo, nada sombrío como el de la película. El hombre que acompañaba a Mariano Rajoy en 2004 a renovarse las amarillentas gafas a la óptica donde iba Sáenz de Buruaga se indignó al ser perfilado como una pieza central en el engranaje corrupto y se presentó como un insuperable profesional de la comunicación, que modernizó los actos del PP y le borró el gesto de hombre cabreado a Aznar con un cambio de iluminación. Hasta que pasó un día por «el lado equivocado», el día que le dijeron que tenía que cobrar los actos del PP con facturas falsas a grandes empresarios valencianos y bajó la cerviz sin rechistar. Reconoció que todos sabían que se estaban «cubriendo de mierda», pero los empresarios (exentos hoy de posible pena de cárcel tras confesión) siguieron pagando «con alegría y felicidad» y él nunca dijo no. Calló, cobró y continuó regalando relojes y «un barreño de angulas» si hiciera falta. Ahora se enfada si lo ponen junto con los malos, porque él era un buen tío, como Arcadi Espada se ha empeñado en hacernos creer que es Camps, hoy uno de los peores, según el Bigotes, el que daba las órdenes al amigo Ric (Costa). Álvaro quizá pueda ser un buen tío. Otra cosa es que haya sabido ser un buen hombre.

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