Cuando oigo hablar de una industria que es el motor del crecimiento, me pongo a temblar, porque suele ser sinónimo de que tiene libelo para arrasar con todo lo que pille por el camino bajo la pancarta de que es bueno para todos, genera empleo, y da de comer a las familias, aunque siempre es dudoso que la riqueza se reparta dentro de este sistema que tenemos.

Pasó con la industria del automóvil. Resultaba ser una pieza clave en nuestra economía y las cifras de ventas de coches eran portada de los informativos como garantía de riqueza. Pero nadie habló de que estábamos destruyendo el aire que respiramos. Nadie advirtió de la ocupación indiscriminada que suponía del espacio público. El abuso pudo con la razón, y luego llegaron los límites al tráfico y los niveles altísimos de contaminación. No salgan de casa, por favor.

También pasó con la construcción, que generó un crecimiento ficticio. Todo el mundo se apuntó al nuevo motor de la economía. Si la construcción va bien, todo va bien, tenemos una economía fuerte y envidiable. Nadie habló del precio de las viviendas. Nadie habló de que estábamos ocupando más suelo del razonable, ni de que no habría población para tantas camas. Y construimos por encima de nuestras posibilidades, arrasamos el territorio y llenamos las periferias de esqueletos tenebrosos. Luego vino el declive, la crisis, la burbuja que explota y el desempleo que vacía las estadísticas.

Y ahora nos va a pasar con el turismo. La naturaleza se convierte en una industria milagrosa que nos da todo sin que le demos nada. El sol, la playa, los paisajes, todo es gratis. Negocio redondo. Del turista un millón hemos pasado a más de ochenta, son buenas noticias. Y brindamos porque otra vez se genera riqueza.

Nadie nos habla de que hemos sido depredadores absolutos del paisaje. Que el precio que estamos pagando es un litoral machacado, con ilegalidades flagrantes, con abusos reiterados y con colas para poner la sombrilla. Nadie nos habla del maltrato del paisaje, de la contaminación de los acuíferos, de las infraestructuras que se hacen sin ningún miramiento hacia el medio.

Y siempre, cada vez que se levantan voces críticas, se les tilda de antipatriotas, de obstruccionistas, de pájaros de malagüero. Esperemos que los gobiernos de progreso no se dejen llevar por cánticos envenenados y planifiquen pensando en que tenemos un solo planeta, es prestado, y hemos de devolverlo en condiciones a nuestros hijos.