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Julio Monreal

Hoy abrimos

El comercio vuelve hoy a abrir sus puertas en las zonas autorizadas después de tres domingos en blanco en aplicación del acuerdo alcanzado entre los distintos actores tras muchos años de intentos. Aún así, esto no es una cuestión liquidada. El propio presidente de Mercadona, Juan Roig, en el acto de presentación de resultados de la compañía celebrado esta semana, se ratificaba en su línea de mantener los supermercados cerrados los días festivos, aplicada a rajatabla incluso durante la libertad horaria, pero admitía que hay debate sobre la cuestión en el comité de dirección de la firma, algo que es mucho admitir tratándose de la importancia de la empresa de la que se trata en el ámbito comercial valenciano.

La limitación de horarios es hasta el momento uno de los logros más importantes de la parte de la Generalitat que gobierna Compromís en esta legislatura. Ya fue señalada como objetivo prioritario cuando los nacionalistas decidieron entregar la gestión de ese área a Natxo Costa, de la Unión Gremial. La coalición naranja venía reivindicando el descanso dominical no sólo por cuestiones empresariales y laborales sino también por un modelo de sociedad que fomenta las compras de proximidad frente a las grandes superficies y aboga para que los domingos los ciudadanos vayan a misa, a la playa o a un acto cultural, como apuntó en su día el alcalde de València, Joan Ribó, pero no a comprar, vinculando la cultura mediterránea con el disfrute del ocio y la actividad económica en festivo, con Andorra. Libertad para todo menos para comprar.

Por supuesto, los gobernantes tienen toda la legitimidad para aplicar los programas electorales con los que concurrieron a las urnas, pero eso no convierte en obligatorio que todo el mundo esté de acuerdo. En la capital, por ejemplo, mientras el equipo de Compromís defiende a ultranza el cierre en festivos con la única excepción del mercadillo hortícola en la plaza del Ayuntamiento, sus socios del PSPV-PSOE, con Sandra Gómez a la cabeza, pelean todos los días por una ciudad turística de primera línea europea, cada vez con más conexiones aéreas y más visitantes, que lleva indefectiblemente a considerar los festivos como un día más en la oferta comercial, aunque no se admita de forma explítica para no cabrear a los compañeros de barco gubernamental. A veces los trenes chocan delante de las cámaras, como sucedió con la secretaria autonómica de Economía, la socialista María José Mira, y el equipo del conseller nacionalista Rafa Climent a propósito, enre otros motivos, de los horarios comerciales, lo que desencadenó la salida de la primera hacia territorios menos hostiles del gobierno autonómico. O con motivo de la celebración en València de los cuartos de final de la Copa Davis de tenis entre España y Alemania en la plaza de toros, con unos gastos de 339.000 euros que el lado rojo del Consell ve como una oportunidad deportiva y de proyección y el lado naranja, como un evento innecesario que recuerda las apuestas de fastos de anteriores gobiernos del PP.

Pero además de los modelos sociales y políticos de los diferentes actores, el cierre del comercio en festivo tiene una inmediata lectura en claves económica y laboral y una profunda transformación en el horizonte. Para conseguir el fin de la libertad horaria, tanto la Administración como las organizaciones sindicales y las que representan al pequeño y mediano comercio han apelado al derecho al descanso dominical de los trabajadores. Uno creía que los gobiernos estaban para velar por el cumplimiento de las normas y no para entrar directamente en los convenios de sectores o empresas, cumplir y hacer cumplir las horas establecidas y que se garanticen abonos extraordinarios para quienes trabajen en festivos. Pero no. El Consell preserva y protege a los empleados del comercio mientras decenas de miles de trabajadores de otros ámbitos, como la limpieza urbana, el transporte, los medios de comunicación, cines y teatros, hostelería, fuerzas de seguridad y muchos más pueden sentirse en puridad desamparados por el Ejecutivo en esta cuestión.

Y luego está la transformación que llega a pasos agigantados: la compra por internet. Algunos operadores del ámbito comercial, especialmente las grandes superficies, se han desgañitado durante las conversaciones sobre horarios señalando que el cierre en festivos hará que quienes quieren o desean acudir los domingos a hacer la compra se pasarán al comercio electrónico. Aún es pronto para conocer el impacto del cierre de tres domingos consecutivos en el mundo on line. Pero cabe pensar que si se confirman las previsiones, que se van a confirmar, el acuerdo sobre restricción de horarios comerciales estará poniendo en peligro precisamente lo que pretende proteger, ese modelo de compra de proximidad y la existencia misma del pequeño y mediano comercio que aún llena las calles de las ciudades valencianas. Porque en la compra por internet hay una empresa fabricante, un almacenista y un transportista que lleva el producto a casa. De la escena económica, comercial y laboral desaparecen el dueño del local, el inquilino que tiene el negocio, los dependientes, escaparatistas y el resto del tejido humano. Ya no hacen falta. Los grandes tienen capacidad para desarrollar estrategias de venta electrónica, y lo están haciendo, desde Mercadona hasta El Corte Inglés, pero los pequeños se quedan por el camino. Querían el cierre en festivos porque no podían mantener abiertas las tiendas con su escasa estructura laboral pero en el mundo electrónico serán invisibles y prescindibles.

Internet está cambiando el mundo, y lo va a hacer aún más. Y el comercio es uno de los campos que más está notando su irrupción. La transformación avanza imparable y Amazon, Facebook o Wallapop son ya o van camino de ser los nuevos reyes del mercado. Una política de libertad de horarios solo habría retrasado el momento del impacto, pero al menos habría permitido al sector prepararse mejor, gestionar una transición más suave y segura, transferir los valores y sabidurías de los mercados centrales a la economía digital. Y habría mantenido vivos los centros de las ciudades todos los días de la semana. Ahora, los domingos están muertos. La gente va a misa, a pasear o a espectáculos, pero comprar está prohibido.

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