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Filosofía y poder. Aprovechándonos de lo inútil

Todo arte es completamente inútil». Esta sentencia de Oscar Wilde, lejos de resultar una tragedia, constituye la razón por la que conservamos tantos objetos que nos sobreviven. Todo lo que es creado como medio para un fin, irremediablemente muere. Dentro de esta doble naturaleza de lo inservible, las cosas creadas para ser útiles nos permiten aprovechar esas otras, inútiles. La filosofía, sin entrar en la controversia de si está más cerca del arte que de otras manifestaciones del saber, es también algo completamente inútil. Será por eso que los griegos sobreviven entre nosotros: recordamos el hombre Aristóteles, aquel que nació, pensó y murió, pero ignoramos quien inventó una cosa tan útil como la fregona, o el inodoro, aunque sabemos quien convirtió un urinario en una obra del arte.

Salvar la filosofía es el nombre de la campaña que llevó al Congreso, en el pasado diciembre, 200.000 firmas ya que con la última reforma del sistema educativo, las alumnas y los alumnos finalizan la ESO sin cursar la materia de filosofía. Hay que salvarla esencialmente porque, lejos de resolver nada, deviene la mejor máquina de crear problemas. El conflicto es un buen síntoma; se trata de la expresión del encuentro con la singularidad, y donde no hay conflicto, hay violencia porque de cierto que la excepcionalidad fue eliminada. La placidez es más hija del opio que de la libertad; necesitamos la filosofía porque cuestiona, no por ofrecer respuestas; porque es más paradoja que sensatez y también porque, fuera de aportar tranquilidad, resulta irrupción. Pero la filosofía, que dejó de pensarse como constructora de verdad y se constituye para cuestinar los discursos que hablan en su nombre, no tiene espacio en el mundo productivo. La utilidad es un valor supremo que no puede cuestionarse; por eso su aprendizaje no es conveniente.

«Todo siempre puede ser de otro modo». El poder que hay en esta afirmación de solo seis palabras es devastador para el sistema de mercado que quiere «cuerpos políticamente dóciles y económicamente rentables». La historia reciente ofrece muchas atrocidades que se justificaron bajo este dispositivo reducionista de la economía, expresado en la obediencia debida y el trabajo eficiente. Estos fueron argumentos ofrecidos por torturadores y asesinos. La palabra es el acceso a todo y, especialmente, al poder normalizador. Ella los antecede, los constituye y los trasciende. El análisis feminista del lenguaje es muy revelador de esta estructura constitutiva de la subjetividad, que siempre está estructurándonos a partir de la falsa percepción de la naturalidad de la orden, por muy enraizada que esté en la gramática. La filosofía nos permite observar estas disposiciones que determinan nuestra subjetividad en todos los ámbitos: sexualidad, trabajo, deporte, artes, salud, redes sociales? porque hoy todo es observado bajo la perspectiva de la productividad y la eficiencia.

El poder no es algo externo a nosotros y reside en los relatos previos a nosotros y somos su construcción. La filosofía es una aportación a la libertad de pensar; salir de este sistema aunque siempre sea para entrar en otro. Estas palabras convierten la práctica de la filosofía en una cosa incómoda, porque contemplar el poder cómo algo externo a nosotros, y no como una dinámica relacional, es más justificador y controlador. No interesa que seamos conscientes del lugar vinculante que ocupa. El poder no es algo de lo que disponemos, sino que está diseminado y atrapado dentro de la norma positiva de la vida diaria. Triunfa cuando nos encontramos bien en nuestro lugar, el espacio de la categoría que clasifica el normal del anormal, el permitido del no permitido, incluso está en la utopía porque nunca llegará. En esta convivencia está su éxito, promoviendo nuestra autorregulación.

Muchas conductas se controlaron gracias al ojo invisible de Dios o del Estado. ¿Por qué lo útil y no lo inútil? ¿Por qué el ser y no la nada? Puede que porque el orden del útil, la inconsciencia y el lorazepam tranquilizan como también lo hace la idea de que, en el fondo, encontraremos algo. En esta aceptación está bien concluir que las cosas útiles están muy bien siempre que nos permitan y faciliten aprovecharnos de las inútiles.

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