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Los superhéroes muertos

Hace muchos años, tantos que me entumece pensarlo, se cruzó en mi vida un cómic de superhéroes. Yo era de Mortadelo y Filemón, de 13 Rue del Percebe, y confieso que aquellas historias, pese a lo atractivo de sus vestuarios, no me atrapaban. «Los superhéroes salvan el mundo» -me dijo un chaval-. «Los tuyos, ¿qué hacen?» Es curioso que recuerde la pregunta pero no mi respuesta. Hoy le hubiese contestado que los míos hacían reír y eso sí que era un superpoder, pero en aquel momento, supongo que asumí mi derrota. Nada podía compararse a la buena voluntad de salvar al mundo de los supervillanos. Pero, ¿quién podría encargarse de salvar al mundo de sí mismo?

En ocasiones, a Madrid le suceden cosas. Lo habitual es que en la ciudad sucedan cosas pero muy pocas veces le ocurren a la propia ciudad. En el Teatro de la Abadía, el actor, director y académico José Luis Gómez está protagonizando un ciclo teatral sobre la memoria histórica. Dos monólogos y un montaje teatral basado en la novela Tiempo de silencio, de Martín Santos. Los personajes de los monólogos han sido Miguel de Unamuno, autor clave de la generación del 98, y Manuel Azaña, el presidente de la II República. Y hoy, desde la circunstancia de la edad, esa que nos anima a cargar en la mochila solo lo estrictamente necesario, creo que Unamuno y Azaña fueron ese tipo de superhéroes que comprendió que el peor enemigo es uno mismo y que antes de salvar patrias hay que enseñarle a la patria a salvarse de sí misma.

Unamuno y Azaña, dos contemporáneos enfrentados, con más puntos en común de los que ellos mismos reconocerían, con tantas contradicciones como virtudes, no querían salvar el mundo. Querían salvar a España. En aquel momento, el nombre de nuestro país aún no se había gritado y ensalzado para humillación, dolor y tortura de los vencidos. Se podía pronunciar sin miedo a ser interpretado. Y no querían salvar a España de un mal personificado, de un supervillano de antifaz con superpoderes antidemocráticos; querían salvar a España de sí misma. De la ignorancia, de la barbarie, de la crueldad, del fanatismo. Miro a mi alrededor y siento que los superhéroes también fracasan.

No hay demasiadas razones para el optimismo. La generación que creció persiguiendo una utopía envejeció de golpe en la carrera sin tan siquiera haberse acercado a ella. La despojaron de sus derechos, de sus logros, de su bienestar. Le contaron que eso era progreso y se lo creyó. La otra generación, la que debía tomar el relevo y continuar la carrera, ha sido educada en el sálvese quien pueda, en el rechazo al bien común. Para eso basta con anular el sentido crítico de tus ciudadanos, adocenarlos a base de fuegos artificiales y condenas ejemplares. Convierte el discernimiento en un privilegio al alcance de unos pocos y siéntate a esperar el tuit sanguinario del inculto de turno. Educa en el dogma, en la ausencia de debate y espíritu crítico. Transforma la violencia en un argumento válido. Amplía el aforo de los estadios y cierra teatros. Difunde eso de que la identidad cultural es un trozo de tela de colores, un crucifijo y una corrida de toros y empieza a olisquear el hedor que desprende la bestialidad y la ignorancia.

Con el tiempo, aprendí a interesarme por algunos superhéroes. Hoy, como en el Watchmen de Alan Moore, los superhéroes están jubilados o trabajan para el gobierno. Estamos rodeados de salvapatrias pero nadie está dispuesto a educarnos para salvarnos de nosotros mismos. España se parece más a Gotham cuanto más aumenta el porcentaje de villanos, más asusta a su población y más oscurece su horizonte. Mucho ruido. Solo ruido. Confunde y vencerás. No hay que dejar espacio a la serenidad. Ya no me vale echarle la culpa al supervillano. Llevamos cuarenta años diseñando nuestra identidad, el país que queremos ser, y sumamos un fracaso detrás de otro. Quizá esto solo lo pueda salvar un superhéroe que, como Unamuno y Azaña, nos proteja de la ignorancia, de la barbarie y del fanatismo.

«Algún día contarán mi historia, pero no será la que yo he vivido», concluye Unamuno en la voz de José Luis Gómez. Somos la consecuencia de un país que mató a sus superhéroes. «Los superhéroes no pueden morir», aseguró aquel chaval de mi memoria. Se equivocaba. Como dijo William Burroughs, una de las inspiraciones de Moore para escribir Watchmen, «cuando uno deja de creer, empieza a morir».

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