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Una transición necesaria

El presidente de la Generalitat, Ximo Puig, acaba de anunciar que el Consell impulsará un pacto valenciano con empresarios, sindicatos, ayuntamientos, partidos políticos y asociaciones de consumidores, para promover la economía circular. Una iniciativa fundamental y estratégica para conseguir un crecimiento sostenible, orientando nuestro modelo productivo hacia una economía baja en carbono, que aproveche adecuadamente los recursos naturales cada vez más limitados, y que gestione eficientemente los residuos. Un pacto en el que deben implicarse todos los agentes económicos y sociales porque afecta directamente a nuestro territorio, a nuestros municipios, a la vida cotidiana de los ciudadanos y a nuestro futuro.

La Comisión Europea ha elaborado un nuevo marco regulatorio para desarrollar e implementar una economía circular, otorgándole la máxima prioridad en la agenda política. La Comunitat Valenciana debe y tiene que aprovechar al máximo las oportunidades que se nos brindan para posicionarnos entre las regiones punteras en su implementación. Tenemos un Gobierno comprometido, un tejido empresarial preparado y una sociedad cada vez más consciente de que no se puede continuar como hasta ahora porque, si seguimos así, para 2050 necesitaremos el triple de recursos de los que utilizamos hora.

No se puede mirar a otro lado cuando en la UE se desperdician alrededor de 600 millones de toneladas de residuos al año que podrían reinvertirse en el ciclo económico. Ni se puede ser ajeno al hecho de que cada europeo desperdicia 180 kg de alimentos cada año, cuando las necesidades de alimento por persona y año se cifran en 182 kilos. Este dato muestra que si cada europeo consumiera los alimentos que verdaderamente necesita y donara los que adquiere de más, 500 millones de personas dejarían de pasar hambre de las 795 millones existentes en el mundo. Creo, sinceramente, que son datos para reflexionar.

Los patrones económicos y de consumo actuales se basan en un modelo lineal que consiste en extraer recursos, fabricar y desechar productos, con un principio de rotación rápida. Los teléfonos móviles o las tablets, por ejemplo, se diseñan para ser sustituidos al cabo de dos o tres años, bastante antes de su tiempo de vida útil, dando lugar al problema añadido del aumento del volumen de residuos y de contaminación, al que debe añadirse el de la competencia mundial por unas materia primas raras, imprescindibles para su fabricación, que cada vez son más escasas y caras y que no están disponibles en Europa.

La actividad económica y los patrones tradicionales de consumo no pueden continuar así. Es evidente que existe un límite de crecimiento en términos de disponibilidad de los recursos naturales. En consecuencia, debemos empezar a desvincular el crecimiento económico de la utilización de los recursos, lo que requiere que las empresas se comprometan a responder a una escasez cada vez mayor de recursos naturales; los políticos creen el marco jurídico y regulatorio adecuado y todas las administraciones, europea, nacionales, regionales y locales, se impliquen en su implementación.

El marco regulatorio europeo viene dado por el llamado Paquete de Economía Circular que incluye un Plan de Acción y la modificación de una serie de Directivas Marco cuyos objetivos, ambiciosos pero ineludibles, se cuantifican en alcanzar un nivel sostenible de utilización de los recursos en la UE para 2050; reducción de los residuos alimentarios del 30% en 2025 y del 70% en 2030; reciclar, antes del 2030, al menos el 70% de los residuos municipales; reducir los residuos marinos de la UE un 30% para 2025 y un 50% para 2030 y, finalmente, desincentivar la comercialización de productos con obsolescencia programada.

Todo un paquete encaminado a desarrollar una economía circular, un modelo de crecimiento ecológicamente sostenible que apuesta por la inversión sostenible, la creación de empleo estable, la agenda social y la innovación industrial. Un modelo en el que los productos se diseñan para durar, se pueden reparar, reutilizar, reciclar, desmontar y transformar, sustituyendo, además, los componentes perjudiciales o con base fósil por alternativas biológicas. Un modelo, en definitiva, que se centra en el ciclo de vida completo de los productos, desde la extracción sostenible de materiales, hasta las buenas prácticas de gestión de residuos, pasando por el diseño ecológico de los productos, la producción eco-eficiente y el consumo sostenible. Un modelo que requiere repensar la manera en que diseñamos los productos, en que los producimos, en que los consumimos y el modo en que los desechamos, implicándonos a todos: diseñadores, productores, consumidores e instituciones públicas.

Por todo ello, considero imprescindible apostar firmemente y sin demora por una transición hacia una economía circular. El pacto anunciado por Ximo Puig es el primer paso de un camino irrenunciable.

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