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Leyendas de pasión

España, ahora mismo, no es un lugar envidiable para vivir pese al clima y el vino y aunque los pantanos estén medio llenos. Tiene España, como dijo Carles Puigdemont en forma de profecía autocumplida -de ahí sus sonrisitas-, «un pollo de cojones» que suma la crisis territorial más grave desde la muerte de Franco a los coletazos de la glaciación provocada por los ladrones en la ley y el grave descrédito de quienes les sirvieron desde los poderes del Estado. Y en eso que llegó Manuel Valls, el franchute, en calidad de candidato a la alcaldía de Barcelona por Ciudadanos.

Por partes. Creo que debo contribuir con mis fuerzas a la superación del embrollo desde la libertad y la concordia. El ministro de interior, el zote Zoido, dice que no persigue el color amarillo, sino los lemas, aunque persiguió un color, el morado, de la bandera republicada que el ayuntamiento de Sagunt izó en el balcón consistorial el 14 de abril. Sí, libertad y concordia, aunque me llamen equidistante, tibio, españolista o mariconazo. Peores cosas me han llamado. Desde que los soberanistas se apoderaron de Cataluña, que el país que tenía la primera lengua sin Estado del mundo, la única que tradujo la Biblia y las obras completas de Shakespeare en situación de clandestinidad; desde que el catalanismo amplio, integrador, híbrido, no fabrica leyendas de pasión, y se rige por el campanario parroquial, ese país digo, y España, viven en un ay, confusos y malhumorados.

Puede haber varias legitimidades, pero la ley democrática es la que rige. Con todas sus limitaciones. No es buena idea desafiarla aunque sus garantes se comporten como si dirigieran un parvulario y ellos fueran los maestros del catón. Por otra parte, no concibo nada más opuesto a España que Francia. De hecho, hicimos contra ellos una guerra de afirmación tan letal y sanguinaria como la de Vietnam. La vieja Iberia es un subcontinente: más parecido a México o la India que a Francia. Sé que esto suena raro, pero para mi es evidente: con todo respeto, y admiración, por Francia, la plantilla jacobina no es la nuestra y, en todo caso, no es la mía.

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