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Leyenda en la vanguardia

Cuando James Cook, al regreso de uno de sus viajes por los mares del sur en pleno siglo XVIII, importó a Europa los tatuajes polinésicos, no podía sospechar que andando el tiempo se convertirían en una decoración corporal asociada a los cambios de modas y costumbres, hasta llegar en los años 70 del pasado siglo a la eclosión del body art, con exponentes como la artista iraní Shirine Neshat, que usaba su propia piel para tatuarla con denuncias al sometimiento de las mujeres de su país. Más aún se hubiera sorprendido el célebre explorador inglés ante la actual boga de los tatuajes a todos los niveles.

Antes de esta difusión, que cultiva enrevesados y acaparadores dibujos, hubo una época en que el tatuaje se limitaba especialmente a un significado profesional o sentimental. Los menos jóvenes recordarán, con música, a aquel marinero «rubio como la cerveza, con su pecho tatuado con un nombre de mujer», en la canción popularizada por Concha Piquer. Pues bien, una tocaya suya, Concha Martínez, ha tenido la feliz idea de revivir los tatuajes de esa etapa de mediados del siglo XX, mediante ejemplos de la vieja escuela anglosajona, unida generalmente a los marineros como figuras míticas, protagonistas de canciones, novelas o películas. Eran tatuajes candorosos, de arrebatado romanticismo, que remitían a viajes aventureros, a antiguas leyendas siempre con el mar de fondo.

¿Y cómo ha hecho renacer este universo cautivador? Pues trasladándolo a la joyería, porque en ese ámbito ha transcurrido la vida entera de Concha Martínez. Cumplió diecinueve años en Milán, donde había llegado un año antes para estudiar a fondo diseño y fabricación de joyería, que completó con otro curso sobre diamantes en Amberes, en el Instituto HRD. Después, en el taller de la que fue bien conocida joyería de su padre, Armando Martínez, hoy ya jubilado. Concha, profunda conocedora y enamorada del oficio, ha dado existencia física a esos tatuajes que hacen pensar en Simbad, el marinero de Las mil y una noches, o en el gruñón Popeye de los dibujos animados, con un ancla tatuada en su brazo. Y se ha inspirado en un gran especialista del género, Sailor Jerry (es decir, Marinero Jerry, nombre bien revelador), que en Tahití tatuaba a los americanos que viajaban a las islas. Así pues, sirenas, golondrinas, áncoras y cordajes se han hecho realidad palpable, primero en manos de dos modelistas escultores, para sacar luego el molde y elaborar joyas de plata con una técnica especial de oxidación, trabajando en varios niveles que originan después diversos matices. El resultado: joyas absolutamente originales y transgresoras, para las que huyen de tendencias masivas y optan por la diferencia radical, sin perder un objetivo que para su autora es primordial: la belleza. Aunque próximamente se hará una presentación oficial, estas joyas exclusivas se venden ya en Ibiza, Marbella y Lanzarote; pronto, en Madrid y Barcelona. Y a través de www.ecle.es.

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