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Nicaragua insurrecta

El sandinismo era una esperanza grande generada por un país pequeño, Nicaragua, a principios de los ochenta del pasado siglo, un frente amplio y diverso que logró derribar al dictador Anastasio Somoza. Incluso provocó una película -Bajo el fuego- donde se trata un dilema clásico del periodismo: ¿Es legítimo contar una mentira para ayudar a que los buenos ganen? La respuesta mía es: sí si se trata de dar el un empujón final y rematar la faena. El periodista es otro ser humano y lo es más si se pringa y toma partido. El resto del tiempo hay que atenerse a los hechos conocidos y respetar la inteligencia del lector.

Desde hace bastantes años, Daniel Ortega (y señora) se han ido apoderando de todos los resortes de poder para establecer una especie de sultanato conyugal (otros sultanatos, éstos petroleros, son incluso más infectos y bien que les halagamos) y como tiranía y miseria suelen ir juntos, se ha degradado un sistema político y económico plural tan interesante que, entonces, El País no fue capaz de detectar más incidentes electorales de los que se registran en Alemania. Y eso mientras actuaba la Contra y la CIA organizaba atentados terroristas como el de Puerto Corinto.

Con tal de retener la riendas Daniel Ortega ha sido capaz de criminalizar el aborto, en todos los supuestos, para obtener la bendición de la poderosa Iglesia católica, que ahora le vuelve la espalda junto a amplios sectores de una población harta de tanto capricho autocrático. También el reciente premio Cervantes, Sergio Ramírez es un antiguo sandinista en las filas de la oposición. Lenin se preguntaba «Libertad, para qué?». Es la pregunta más idiota de la historia de las ideas. Para todo. Es la sal de cualquier plato. Un sistema melancólico ideado por los franceses de la Ilustración y los puritanos temerosos de Dios, el más insatisfactorio de los sistemas (con excepción de todos los demás) y cuyo lema más importante es: «¡No será para tanto!» Es por esa libertad por la que lucha ahora mismo tanta gente de Nicaragua. Y sería miserable dejarles solos.

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