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Alfons García03

Fin de la película

Las ITV, los departamentos de salud, los parques eólicos o los geriátricos fueron espacios paradigmáticos de la nueva política que emanaba desde el Palau , con Blasco como guionista en la sombra y Juan Francisco García como productor de la película en Technicolor de Eduardo Zaplana.

C omo un cierre virtuoso a una era de mucha fachada, postín y pillería de cuello italiano. Justicia poética, dirá alguno, aunque los hechos en cuestión son bastante prosaicos. Eduardo Zaplana instauró la política de privatizaciones y de grandes proyectos que, llevada a su máxima expresión en la etapa posterior, ha acabado con buena parte de las últimas hornadas de dirigentes del PP valencianos con procesos judiciales abiertos.

Zaplana llegó a la política de primera división con el marujazo (gracias a la famosa tránsfuga de Benidorm, escondida durante dos días antes de votar), salió indemne de unas pornográficas grabaciones telefónicas con otro joven cachorro que, este sí, salió escaldado del escándalo («me tengo que hacer rico porque estoy arruinado», le dijo a Voro Palop) y nunca se vio tocado por los casos que levantaron hediondas sospechas durante su mandato en la Generalitat, como los contratos del IVEX con Julio Iglesias para que el cantante promocionara a la C. Valenciana, que este diario fue desgranando durante años con más soledad que otra cosa. Eran otros tiempos, dejémoslo ahí.

Zaplana, un liberal para el cambio (el título de la hagiografía que se hizo componer), implantó gracias la cabeza pensante de Rafael Blasco una agenda que en el Reino Unido Tony Blair etiquetó como «tercera vía» y que, en la forma valenciana, se sustanció en la apertura voraz al sector privado de competencias hasta entonces totalmente (o casi) públicas. Las ITV (por ser las pioneras), los departamentos de salud (con el modelo Alzira como gran reclamo comercial de su gestión), los parques eólicos o los geriátricos fueron espacios paradigmáticos de la nueva política que emanaba desde el Palau con Blasco como guionista en la sombra y Juan Francisco García, entonces jefe de gabinete, como gran muñidor y productor de la película en Technicolor. Blasco, por si alguien se ha despistado, lleva casi tres años en una celda en Picassent (las relaciones tóxicas, por cierto, con el empresario amigo Tauroni se remontan a la etapa Zaplana) y García ha sido unos de los caídos en la operación Erial. ¿Quién dijo que los nombres propios no significan nada?

La España de las oportunidades (título de la ponencia que el expresidente leyó en el XIII congreso nacional del PP, era 1999) se inauguró en la Comunitat Valenciana con aquellos nichos de negocio que se abrieron a un puñado de empresas y que están en la base de las acusaciones que han llevado ahora, diez años después de su abandono de la primera línea política, a la detención del campeón del PP, el líder que, por azar o visión estratégica impagable, dio un paso a un lado unos meses antes que Gürtel apareciera en nuestras vidas.

El expresidente, que siempre tuvo un ojo puesto en Madrid (Canal 9 fue su gran plataforma de proyección mediática, a través de la cual periodistas de la capital eran agasajados en una estrategia de lanzamiento), ha caído en València sin poder evitar la pena de telediario. Una metáfora más para un hombre ambicioso que tuvo asumido desde bien joven que la vida era una escalera interminable de peldaños.

Ni un día han tardado el PP y la Fundación Telefónica en apartarlo de sus vidas. No están los tiempos para pulcritudes y presunciones. La mancha de la corrupción ha llegado demasiado lejos.

Tal como van las encuestas y los juzgados, con tres de los cuatro expresidentes populares con cuentas pendientes en los tribunales, Isabel Bonig va a tener que desempolvar el proyecto de refundación del PPCV que tiene olvidado en los cajones. La mancha no la borrará, pero podrá esconderla un poco.

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