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Adolescencias del siglo XXI. La Generación @

Redes de prostitución. Adolescentes vulnerables. Fallos en protección de hogares tutelares. Luces de alarma. Éstas podrían ser las palabras clave que se recortan de los sucesos denunciados en los últimos días en las Canarias, a raíz de la desarticulación de redes de prostitución con la implicación de jóvenes tuteladas.

¿Dónde poner el foco? ¿En los hogares de menores, «propuestos como alojamientos convivenciales, temporales, de configuraciones similares a los de una familia»? ¿En la red de prostitución con sospecha de participación de figuras conocidas en el escenario social? ¿En los jóvenes con un determinado perfil psicosocial: vulnerables, provenientes de familias desestructuradas, con graves problemas económicos?

¿Qué hay detrás de bambalinas? ¿O qué es lo que queda velado? ¿No serán estos hechos la punta del iceberg, síntomas del malestar de la época?

La adolescencia nos obliga en cada época a ser contemporáneo, esto es, siguiendo a Agamben (2008), nos obliga a percibir, no el foco de luz, sino la parte de sombra que concierne a su propia y más intima oscuridad. Zygmunt Bauman habla de esta época como vida de consumo; su efecto: los nuevos vínculos, los nuevos objetos de goce. La erótica contemporánea, bajo la incidencia de la lógica capitalista, seduce como mercancía en versión digital. Las apps (aplicaciones) proponen un menú para todos los gustos, con pretensiones de encontrar la armonía sexual prêt-à-porter. A la carta, sorteando el tiempo de la espera, de la incertidumbre, de la sorpresa y del deseo. En este empuje al goce, en el aquí y ahora, lo reprimido no es el sexo, es la confesión amorosa. El catálogo de productos está al alcance de la mano, desde webs de «supermercados de hombres» donde las «mujeres adoptan un tío» , o los reality shows de moda que muestran la intimidad sexual como producto de éxito mediático, hasta las webs de citas de varones maduros -por nombrar solo algunas- los papis chulos con recursos y miembros de la élite que prometen relaciones de beneficio mutuo a jóvenes estudiantes, atractivas, inteligentes, ambiciosas.

Sería interesante preguntarse si se encienden luces de alarma frente a esta suerte de prostitución velada. ¿O hay acaso una complicidad o permisividad tácita que coloca al adulto y el menor en un nivel de igualdad frente al goce consumista?

«Me prostituyo por tres euros», reza otro titular aparecido recientemente en prensa. El mensaje es a cielo abierto, sin tapujos y continúa: «Hazlo y podrás tener lo que quieras». Quien habla en este caso es una menor de un centro tutelado.

Así pues... ¿de tal palo, tal as-tilla?

Por otra parte, la caída de la imago paterna, la caída de los ideales, simultánea al avance tecnocientífico, ha promovido la transformación de la familia. Ya no podemos situarnos en un modelo de familia, sino de familias. Lo parental se ha ido desplazando a las parentalidades. Con lo cual surgen ciertas complicaciones a la hora de configurar hogares de menores similares a una familia. En este punto tal vez sería conveniente apuntar no tanto a qué clase de familia, sino a la función de la familia: «En tanto que apunte a la irreductible de la transmisión de un deseo que no sea anónimo» ( Jacques Lacan); y esta es la dificultad: cómo situarse más allá del vigilar y castigar; cómo situarse no desde el lugar del panóptico, en un contexto social donde la mirada atraviesa los cuerpos.

Tomemos como punto de mira ahora al adolescente, a las adolescencias. Adolescencias en plural, en tanto no hay un único modo de responder al pasaje que supone hacerse mayor, un modo único de responder al misterio que es el sujeto para sí mismo. Considerar al adolescente, uno por uno, para evitar uniformar y segregar. Considerar uno por uno, caso por caso, la idea de responsabilidad en las respuestas que cada adolescente da sobre los acontecimientos de la vida.

Vemos cuán activos pueden ser los adolescentes; siempre están en el hacer; estas acciones forman parte de su momento vital (escribir hashtags, rapear, el hip hop, capturar fotones en Instagram, no cumplir horarios, emborracharse, pintar grafitis, etc), hasta cierto punto podemos tomarlo como prácticas para separarse de los adultos.

La adolescencia no es un concepto psicoanalítico. Freud habló de la metamorfosis de la pubertad. Podríamos decir que la adolescencia es el síntoma de la pubertad. Las adolescencias vienen al lugar de respuestas del lado de la invención frente al agujero de saber que supone el encuentro con la pubertad: no saber lo que ocurre en su cuerpo, no saber cómo relacionarse con el otro. El saber acuñado en la infancia no alcanza para responder. En este proceso cada adolescente puede adoptar los gestos de otros, y construir un semblante de identidad compartida (el grupo, las tribus urbanas). Identidades evanescentes, con fecha de caducidad, cuando no sostenidas por formas de goce.

Las drogas, los tatuajes, los piercings, los cuttings, las conductas de riesgo, la promiscuidad, las transgresiones, a veces la marginalidad, pueden ser algunas pruebas que algunos chicos realizan para demostrar y demostrarse que ya no son niños.

Transición complicada, por cierto, en esta época. Le toca hacerse casi como bricolaje de sí mismo, trabajando en este separarse de sus otros primordiales, que a su vez mantienen una posición cercana a la suya, de derivas y picoteos por el mercado del goce; otros que muchas veces, lejos de transmitir un deseo que no sea anónimo, transmiten su impotencia a través de la violencia.

¿Cómo acompañar a los adolescentes entonces? No desde la pregunta controladora. Donald Winnicot anticipaba: «Quien hace preguntas, debe resignarse a escuchar mentiras. El desafío es saber si el adolescente atrapado en estos fenómenos puede hacer un llamado al otro para que lo ayude y si el otro estará para ayudarlo, ofrecerle un lugar, incluirlo».

Lacadée (2010) señala que se puede trabajar con adolescentes si uno esta dispuesto a dejarse incmodar, y esto implica descompletarse. Soportar «saber no saber» cuál es la causa en juego en las conductas y silencios que los adolescentes nos presentan; dejarse orientar por las invenciones de los adolescentes: la clave para transmitirles algo es añadir sólo detalles a lo que ellos ya saben (no sin un cierto ejercicio de humildad). Finalmente, apostar por reintroducir un orden de la narración en un momento en que las palabras aparecen como insuficientes frente al exceso de los cuerpos.

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