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la huella verde fallera

Cada año las fallas de Gandia generan una «huella de carbono» de aproximadamente 53 toneladas de gases de efecto invernadero (medida como masa de CO2 equivalente). Este es el resultado no sólo de la combustión de los monumentos falleros, sino también de los miles de kilos de pólvora que se queman en mascletàs, despertàs, fuegos artificiales y petardos durante las fiestas. También habría que añadir otros componentes como el consumo eléctrico de casals y verbenas, así como el impacto de la confección, transporte y montaje de los monumentos.

Es una cifra modesta si se compara con la huella de carbono de la ciudad durante todo un año, pero no por ello deja de ser una cantidad significativa si consideramos que se trata de una actividad lúdica.

Hace unos años una comisión fallera de Valencia hizo el cálculo de la huella de carbono que generaban durante las fiestas, con la plausible finalidad de compensar al planeta por las emisiones producidas. Su iniciativa era remediar el daño causado plantando un número de árboles suficiente para absorber el CO2 emitido a la atmósfera. Los datos de esta comisión son los que han permitido realizar el cálculo aproximado de la huella de carbono de las Fallas de Gandia.

Para conseguir absorber mediante nuevos árboles las 53 toneladas de gases de efecto invernadero generados por las Fallas de Gandia, suponiendo que la mayor parte de estos sean CO2, sería necesario plantar anualmente entre 40 y 50 árboles, preferentemente de especies con alta capacidad de absorción de CO2 (chopo, eucaliptus, sauce, etc.). En unos 30 años esos árboles habrían capturado el CO2 generado por las fallas de un año. Si esta práctica se institucionalizara, en 30 años podríamos tener un pequeño bosque de unos 1.500 árboles, con una superficie de unas 4 hectáreas.

El mundo fallero podría asumir sin problemas una iniciativa de este tipo, e incluso integrarla en su programación. Sería como una segunda plantà que se podría realizar anualmente con todo el ceremonial fallero: falleras mayores, música, etc., expresando de esta forma una sensibilidad medioambiental que cada día es más necesaria. Plantando, por ejemplo, cepellones de chopo blanco de unos 50 cm, el coste, incluyendo el abono retardado, no superaría los 5 euros por árbol, lo que distribuido entre las comisiones falleras, supondría un coste por comisión de unos 10 euros al año. El Ayuntamiento podría proporcionar el terreno, y los pequeños costes ocasionados para el cuidado del futuro bosque podrían ser compartidos por el Ayuntamiento y la Junta Local Fallera.

El resultado a medio plazo sería haber sustituido la «huella de carbono» que generan las fallas por una «huella verde fallera», en forma de un espacio público boscoso, que además de su papel de absorción del CO2, tendría un valor ciudadano intrínseco como lugar de esparcimiento, apto para el desarrollo de numerosas actividades al aire libre.

Una iniciativa de este tipo no solucionará por sí sola el problema de las excesivas emisiones de gases de efecto invernadero del planeta, pero muchas iniciativas en este sentido sí pueden comenzar a cambiar las cosas, ayudando a evolucionar hacia un mundo más sostenible. Sería un error dejar la tarea de la sostenibilidad medioambiental únicamente en manos de los gobiernos; es la sociedad quien debe tomar la iniciativa y acostumbrarse, en la medida de lo posible, a compensar los desequilibrios que la actividad humana causa al medio natural.

Una «huella verde fallera» no sería un mero acto simbólico; sería asumir una responsabilidad sobre el medioambiente, marcando un nuevo camino que podrían seguir asociaciones, empresas, centros de enseñanza y otras organizaciones.

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