José Ramón Martínez es el patrón de «L'Estel de Gandia», uno de los seis barcos de arrastre del puerto pesquero. Tiene tres trabajadores a su cargo que cada día, como el resto, salen a faenar un máximo de 12 horas, desde las cinco de la madrugada hasta las cinco de la tarde.
Se dedica a la pesca desde hace más de veinte años, pero durante todo este tiempo también ha visto cómo ha decaído la mano de obra y el interés por trabajar en el mar. «Conozco a patrones que se han ido a los yates, navegando durante los tres meses de verano y el resto del año manteniéndolos; a las granjas marinas; o a la construcción, sobre todo en esos años del auge inmobiliario», asegura.
El envejecimiento de los pescadores, el encarecimiento del precio del gasóleo y las apetitosas subvenciones de la UE para el desguace de barcos, que además no tributan a Hacienda, son otros factores que han hecho declinar la flota pesquera mediterránea.
«El mayor problema es el relevo generacional, yo mismo tengo cuatro hijos y no me gustaría que salieran a faenar porque es un trabajo muy duro», señala Martínez. «Se puede vivir del mar, claro que sí», apunta a su lado José Estrela, patrón de «Els Polits», pero coincide con su colega en que tampoco le gustaría que sus hijos, que ahora tienen 7 y 13 años, fueran marineros «por los horarios, hay que levantarse de madrugada, los temporales y el riesgo que implica esta profesión».
Hace unos años, ante la falta de mano de obra, la federación de pesca española firmó un acuerdo con Senegal y a Gandia llegaron algunos pescadores del país africano, que todavía siguen trabajando en varias embarcaciones.