La taberna de Pellicer abría sus dos puertas en la esquina de Arzobispo Palau con Duque Carlos. Se bajaban dos escalones y, de pronto, te envolvían los aromas del vino mezclados con un ligero toque dulzón de la cazalla.

-A soles per l'oloreta, val la pena vindre ací- decía un viejo ferroviario que pasaba el día probando las delicias de la casa: el herbero, el canari, la catalana, el vermut tocado con Amer Picón, el Fernet Branca, creado en Milán en 1845 por el boticario Bernardino Branca, el Pastís de origen francés y la absenta La Loca que se bebía de un solo trago para matar el gusanillo.

Entrando por Duque Carlos, el mostrador de mármol blanco estaba a la derecha y, en la pared, sobresalía una máquina fantástica de brillantes cromados, ruedas, manivelas, palancas y un manómetro. Parecía un invento del profesor Franz de Copenhague, célebre personaje del TBO, para fabricar las burbujas del agua de Seltz. Al fondo a la izquierda, tres enormes barricas de roble americano contenían el vino. En el centro, cuatro escalones daban acceso a la vivienda y en la parte derecha, bajando un escalón, estaba la cocina donde la señora Pura, la mujer del señor Pepe, freía longanizas, morcillas, sardinas de bota y preparaba una riquísima tortilla de patatas para los asiduos al esmorzaret. Destacaba entre todos el señor Joaquín Gonga, eminente director y actor de teatro, que sentaba cátedra en la taberna rodeado de un grupo de falleros muy aficionados al teatro, como Ximo Roig, Paco Cardona, Ramón Sanz, Enrique Gracia? El señor Gonga se transmutaba fácilmente en cualquier personaje; se convertía en cura para predicar Candeleta Tabernácula Tua o Sermó de les cadiretes, o en caballero medieval para recitar un fragmento de Ausiàs March. También interpretaba, con gran naturalidad, escenas de Nelo Bacora o de El Virgo de Visanteta, incluso cantaba zarzuela como le vemos en esta fotografía interpretando al coronel de El tambor de Granaderos, del maestro Ruperto Chapí. A principios de los años 20, marchó a Estados Unidos becado por la Fundación Maricón Avargues para estudiar en el Actors Studio de Nueva York, donde, bajo la dirección de Elia Kazan, aprendió el método Stanislavski. Cuando regresó a Gandia, el alcalde don Joaquín Ballester lo nombró director del Teatro Principal, situado donde hoy se alza el edificio del Centro de Higiene. Figura clave de aquel primer teatro que hubo en Gandia, era entonces don Gabriel Sanchiz, abuelo de mi amiga María Pilar Carreras, polifacético personaje adelantado a su tiempo, escritor, músico y animador cultural de una Gandia que empezaba a vivir los felices años 20.

Finalizada la guerra incivil, Joaquín Gonga siguió en los teatros de Acción Católica y en el Serrano y, junto con el célebre escritor Ligorio Ferrer, se convirtieron en las piedras angulares del teatro del mundo fallero.

Uno de los clientes más distinguidos de la taberna era el óptico Pascual, un venerable anciano de barba blanca que llegaba puntualmente a mediodía para tomar su copita de absenta nublada con unas gotas de agua. Llevaba un jilguero sobre el hombro y un día, mientras Salvadora recogía las botellas de vino y agua de Selz, que no podían faltar en nuestra mesa a la hora de comer, el pajarito voló hacia mí posándose en mi mano para que lo acariciara. Entonces yo, mirándole fijamente a los ojos, le dije: «Pajarito, pajarito, aunque eres muy bonito, a mí me gustas más frito». El jilguero se puso a llorar y los clientes de la taberna aplaudieron emocionados. El señor Gonga, puesto en pie, engoló la voz y sentenció: Este xiquet té màgia. Aplegarà lluny.

Y no le faltó razón, porque gracias a él, unos meses más tarde cuando estrenó en el teatro Serrano el drama de Molière El Rey decapitado, me escogió a mí para interpretar al rey Luis XVI en sus primeros años. Confieso que fue una experiencia extraordinaria y cuando en el ensayo me vi con el traje, el bastón y la peluca, me sentí un auténtico príncipe de la escena y, por si fuera poco, las mujeres no dejaban de besarme.

El estreno fue un éxito apoteósico. Pero, desgraciadamente, la obra se prohibió al día siguiente porque en la escena final, cuando al señor Gonga, que interpretaba magistralmente al rey Luis XVI, le cortan la cabeza en la guillotina, alguien del público gritó: ¡Viva la República!